miércoles, 16 de diciembre de 2015

¿Dónde está Macuijo Arriba?

Está en el fin del mundo. Es la última población en el curso navegable del gran Río Macuijo. 
Para quien desprecie un lugar así no será más que fango, mugre, indios y mosquitos.
Macuijo Arriba no tiene siquiera comunicación por telégrafo. Sólo un pequeño barco de vapor que hace escala en su puerto una vez al mes... cuando llega. Pero hablamos de la segunda década de 1900.
Y estamos en la segunda década del 2000. 
Los que habéis tenido la suerte de haber viajado por el mundo, o los que como muchos cubanos pueden sentirse orgullosos de haber podido atravesar su provincia, saben que todavía hay lugares así, donde la comunicación es un lujo o una aventura peligrosa, pero saben también que aunque en esos lugares no exista más que fango, mugre, nativos y mosquitos, la vida está en ellos y están también todos los valores fundamentales del hombre. Todos. Aunque esos lugares estén en el fin del mundo, como Macuijo Arriba.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

VACACIONES PAGADAS

Un guionista de Radio o Televisión casi siempre trabaja a destajo y eso significa que tiene que cumplir una norma para estar a bien con su contrato. El de escritor de radio específicamente era un oficio devorador y alienante alimentado por naturaleza de la perecedera temporalidad.
En “La Tía Julia y el Escribidor” M. Vargas Llosa retrata esa realidad, y aunque el resultado de ese retrato parezca una exageración artística, no es más que eso: un dibujo que a los ojos del que lo contempla parece venir de un mundo de ficción, si bien la realidad casi siempre supera a la ficción.
A pesar de eso, como en todos los oficios, alguna gente hace su trabajo con pasión, por más agotador y esclavo que éste sea, y antepone el resultado a cualquier otra consideración.
Si una novela o culebrón sale al aire todos los días de la semana, con muy escaso margen entre la grabación y la transmisión, el escritor no puede tener vacaciones hasta que finalice la obra. Tampoco la podrán tener los actores, actrices o personas muy comprometidas con la creación.
Por eso las grandes productoras comprendieron hace ya algún tiempo que no se puede depender absolutamente de un individuo cuando están en peligro los índices de audiencia de miles y millones de personas o se juega la supervivencia de un canal de televisión.
Así fue que se creó el equipo de escritores, generalmente liderado por un escritor jefe, que produce con toda la calidad que permite la voracidad del mercado capítulos y series alrededor de un eje o tema central. Si el sello de la serie o saga es muy especial, el público nunca notará una diferencia de estilos, tendencias o mensajes, entre una y otra entrega. De eso se encarga el escritor jefe o el director de escritores, quien conoce tan bien a sus personajes, que no acepta frases, posturas o gestos que no le serían jamás atribuibles. Preocupándose además de no perder la capacidad de sorprender una y otra vez al espectador. Casi todos hemos visto más de una vez a Homer Simpson que siempre nos atrapa y al que siempre reconocemos.
Ha habido casos, como el de la serie “Dos Hombres y Medio”, en que la salida del actor protagonista Charlie Sheen fue toda una demostración de poder de la productora frente a la personalidad de la estrella. Un gran esfuerzo realizado para no defraudar al público en general y las cadenas que transmitían la serie. Sin embargo el encanto del dúo y el contraste entre los hermanos dejó de existir, por más guapo, galán y juvenil que haya sido su sustituto, y por todo el esmero con se hayan escrito los capítulos posteriores de la serie.
En las décadas del 70 y 80 en Cuba los escritores y los actores como todos los trabajadores, tenían derecho a un mes de vacaciones pagadas al año. Y nadie renunciaba a ese derecho. Por supuesto que no, a no ser… que como en el caso de la serie La Flecha de Cobre, que da título al primer libro de la saga Guaytabó la transmisión dependiera de ese suministro casi diario y casi caliente.
El escritor de la serie, Manuel Ángel Daranas, no quiso tener vacaciones durante los 8 años que duró la continuidad de su creación, pues el posible escritor sustituto designado, podría cambiar en un abrir y cerrar de ojos todo el perfil psicológico y hasta la biografía de sus personajes sin siquiera preguntárselo.
 Cuando por razones  “ideológicas” se quiso aprovechar este espacio de máxima audiencia para otra producción relacionada con la guerra que entonces Cuba tenía en… Angola, pudo descansar, pero las vacaciones no eran acumulables, así es que el descanso supo a poco.
Sin embargo los actores sí que tenían vacaciones. Por una parte, había demasiados actores para poder conciliar las vacaciones de todos y por otra la grabación llevaba muy poco de adelanto en relación con la difusión, así es que tras una primera experiencia en la que el protagonista, el propio Guaytabó, apareció un día con una voz irreconocible, el sentimiento de desencanto se hizo tan evidente que a partir de ese momento el escritor, Daranas, pidió a los protagonistas, antagonistas y principales secundarios, que le comunicasen sus fechas previstas de vacaciones para de esta manera, mediante un organigrama de precisión matemática, adaptar el guión a la ausencia de estos actores. Todo era preferible antes de pasar por las frustrantes sustituciones.
 Así fue que durante un mes se dio a Guaytabó por muerto al caer en un potente sumidero de aguas subterráneas y no aparecer en el tiempo estimado que toda persona puede soportar sin respirar, o Apolinar Matías dio un largo viaje destinado a reconciliarse con su pasado, por sólo poner unos ejemplos.
Esto no era nuevo en la radio pues ya lo había utilizado el escritor Félix B. Caignet, cuando tuvo que dejar sin habla a uno de sus personajes, mientras el actor negociaba un aumento de sueldo con los productores.

Naturalmente, cuando Mario Limonta o Ricardo Dantés, actores que respectivamente protagonizaban a Guaytabó y Apolinar Matías reaparecieron no había que currárselo demasiado: el final del capítulo ya estaba escrito con solo dejar escuchar por unos segundos el saludo de esas voces tan familiares y queridas.



viernes, 16 de octubre de 2015

VOCES Y CARAS

Como soy adicta a la radio conozco primero a las figuras públicas por su voz, o por lo que se dice de ellas que por su imagen. He tardado mucho en identificar la estampa de grandes políticos, por ejemplo, a pesar de saber tanto sobre ellos como cualquier ciudadano común. Lo mismo con artistas cuyas obras tengo “fichadas” en mi preferencia. En ambos casos podría ser que me hubiera cruzado con ellos en la calle sin identificarlos. Mejor así.
No obstante, debido a mi debilidad audio-afectiva, me ha sucedido que algún que otro comentarista, periodista o simplemente entrevistado me ha cautivado, no sólo por su voz, no sólo por lo que haya dicho, sino por la manera de decirlo, y me ha sucedido que me he enamorado oralmente… o auditivamente, quizás sea más exacto. Entonces he trabajado en  la ferviente tarea de encontrar a esa persona, de descubrir su imagen, de que se me presente, ya que yo no puedo presentarme ante ella.
Puedo decir que en el 90 % de los casos ha sido un chasco. No es que sea gordo, no es que sea bajito, no es que sea diente frío, o que le falte algún incisivo. Tampoco que sea joven, atlético, o que tenga los músculos más pronunciados que el promedio. Es que no se corresponde en ninguna manera con mi imaginación. Y me sobreviene el desencanto.
Es tan fuerte el poder de ese desencanto, que ya nunca, jamás de los jamases, volverán a tener para mí la misma importancia las elocuciones de ese individuo.
Lo mismo sucede con las presentadoras, animadoras o periodistas. Hay una en particular a la que admiro tanto, por su inteligencia, sentido del humor, conocimiento de causa, erudición, que no la quiero buscar en internet. Ya. Que se quede así, como yo me la imagino. Y me la imagino como una mujer de 60 años, pelo ondulado con pocas canas, todo sobre el castaño, y facciones regulares.
Sólo por un razonamiento inverso puedo comprender a los actores del cine mudo a quienes sucedió lo contrario. Personas que tenían aquel “Garbo”, aquella imagen… y que no podían poner su propia voz a esa altura. Lo siento… debe haber sido terrible, porque comprendo que el desencanto de los espectadores habrá sido muy real. Ellos no podían, ni tenían que fingir.
Pero también sucedió lo mismo a los galanes, damas y primeras figuras de la radio cuando comenzó a masificarse la televisión, y eso fue de un día para otro.
¿Cómo presentarle al público que la muchacha virgen, asediada por su patrón,  con alma de ángel, y con belleza de top-model-erótica no descubierta, era una cincuentona entrada en carnes, con verrugas y dientes manchados pero… con una primorosa voz?
¿Cómo decirle que el malo-malísimo tenía tremenda cara de buena gente, que el equivalente a súper man era un pobre flaco casi tuberculoso y bastante desco…yuntado?
Eso tiene que haber sido muy duro, no sólo para los actores y protagonistas de aquella caída de telón, sino también para el público. Sí, porque el público vivía de esa ilusión. Iba a trabajar cada día pensando en el  capítulo que tocaba y en donde todas sus emociones se iban a condensar en un beso entre… ¡que estafa!...
Lo difícil es que no hacía falta que la muchacha virgen fuera en realidad una cincuentona. Ni que el malo tuviera cara de come…mieles, ni que superman fuera débil físicamente. No. Lo difícil es que como quiera que fuesen no serían nunca como se los había imaginado cada uno de los radio oyentes. No, aunque fuesen bellos, jóvenes, con caras de ángeles o de diablos.

Un día mi padre me invitó a ir a una grabación de “La Flecha de Cobre”, la serie radial que da título también a la primera novela de la saga “Guaytabó”.
Guaytabó era interpretado por el actor Mario Limonta, una gran voz, a la que no demeritaba la gran estampa de un mulato bien proporcionado y en edad madura. Pero yo había imaginado a Guaytabó como un joven indio.
El Charro Quiroga, el astuto mejicano, dicharachero, alegre, compañero inseparable de su guitarra, era interpretado por Alden Knight, un negro muy masculino, tengo que decir, y con una gran personalidad que obviamente, nada tenía que ver físicamente con un charro mejicano.
Apolinar Matías. Ese estaba un poco más cerca de la realidad de la imaginación, pues El Recio Cazador era quizás un gaucho emigrante o vagabundo ya entrado en años, al que interpretaba Ricardo Dantés, creo que argentino, ya viejo como el personaje, y al que le pedí la letra de un tango, “Nostalgias”, que días después me fue entregada con minuciosa y perfecta caligrafía a través de mi padre.
El Chino Ramón, un chino, con duro acento chino, practicante del Kung fu, tenía la magistral interpretación de Carlos Paulín, que había sido galán, pero que a mis ojos de niña, era en ese momento un señor gordo, alto, calvo,  que tenía el poder de transmitir solamente con su voz toda la fragilidad física de un menudo chinito.

Al día siguiente cerré los ojos. Requería de toda mi concentración  para que Guaytabó siguiera siendo un indio joven de estatura media y facciones regulares, el charro Quiroga, un astuto mejicano, buen mozo y conquistador, Apolinar Matías un recio cazador (más alto que la media y ciertamente curtido por la dureza de su vida) y  el Chino Ramón un pequeño y delgado, casi insignificante chinito de agilidad insuperable.

Me era difícil, escuchar las aventuras tal y como las había disfrutado antes de ir al estudio de radio. No podía dejar de pensar en el cómico efectista mientras sentía las pisadas de los caballos, pero así, con los ojos cerrados y regresando a todo lo que me habían sugerido aquellas voces en su estado puro y original, atrapada por la trama en la que no había lugar para el descanso o la distracción lo conseguí, y mi conquista no pudo ser jamás contaminada. Fue para siempre.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

PARQUE JURÁSICO

Era muy pobre, pero tenía un amigo turista que lo visitaba en su isla. Cambiaba de la noche al día cuando el amigo entraba en su casita cuchitril. Todo brillaba más, olía mejor, y algunas promesas flotaban en el aire a la espera de días felices donde se iban a ir a pasear en coche, entrar en lugares resplandecientes y prohibidos a los pobres y en general a los nativos, comer algo de buen sabor y beber cerveza. ¡Oh, la cerveza!... Desde la última vez llevaba todo un año esperando por ella.
Cuando llegaba la despedida del amigo turista, no todo era triste, pues le quedaban multitud de pequeños objetos, como constancia de un mundo maravilloso y lejano que ni siquiera soñaba con visitar, pues tenía el halo de las cosas irreales.
A veces se preguntaba por qué el amigo turista le había escogido y premiado con su amistad, pues no tenía nada que ofrecerle, salvo la gran ilusión con que acogía sus visitas. Tal vez se sentía agradecido por haberle presentado a la muchacha de la que el amigo turista se había enamorado, o como solía repetirle, le cautivaba la alegría con que podía disfrutar de las cosas más sencillas, y la disposición permanente a cambiar sus planes de inmediato. ¿Tenía planes?
Una mañana de domingo se encontraron muy temprano en el centro de la ciudad para hacer una excursión. El amigo turista se mostraba encantado porque ni un solo coche, ni un solo autobús, atravesaba las calles en aquel momento y le explicaba que eso era un privilegio que ya no existía en ninguna parte del mundo. La ciudad lucía toda su pura belleza sin contaminar. ¿Era un privilegio? Algo era confuso. ¿Dónde estaba la belleza?
Para el amigo turista era poético que no hubiera ordenador en casa de su pobre anfitrión que de hecho nunca había tocado uno. En esa misma casa el televisor persistía en mostrar sus rayas horizontales mientras el radio insistía también en sus carraspeos de fondo, pues le costaba sintonizar con aquel mundo lejano e irreal de donde venía el amigo turista. No había teléfono de ningún tipo, pero al parecer aquello era también encantador a los ojos de amigo turista quien sí había alquilado un coche con chofer, viajaba con un ordenador portátil y se empeñaba en llevar siempre consigo un teléfono móvil-cámara-linterna-despertador-diccionario.
Un día el amigo turista se mostró profundamente decepcionado, no con su pobre compañero, afortunadamente, sino con el cariz de cambio que estaban tomando los acontecimientos. Había visto muchos ciudadanos reunidos en un parque céntrico de la ciudad y cada uno ostentaba un teléfono móvil, algunos muy modernos, y se comunicaban con personas al otro lado del mar.
Esto le había sentado muy mal porque significaba el comienzo del fin. ¿Era tan terrible? Sí. Los ciudadanos se verían abocados a ser absorbidos por el mundo del cual él procedía. Perderían su originalidad, su pureza, su inocencia. Su capacidad para alegrarse por las cosas más sencillas y para estar dispuestos en un abrir y cerrar de ojos a cambiar sus planes ¿Pero tenían planes?
Si como presentía terriblemente, aquella situación proseguía su curso, él dejaría de visitar la isla, pues ya no encontraría en ella lo que le faltaba en su mundo. Quizás la muchacha de la cual estaba enamorado podría comprenderlo, sobre todo porque ella también era posible que dejara de tener aprecio por él.
Cierto era que ese punto no había llegado todavía. De hecho el pobre sentía que lo estaba siendo más que nunca, y que sus posibilidades no ya de tener un teléfono móvil o de tocar un ordenador por primera vez, sino de entrar en lugares resplandecientes, comer cosas de buen sabor, o ¡por Dios, como le gustaba!... tomarse una cerveza se hacían cada vez más intangibles y se alejaban más que nunca.

No sabía qué hacer… ¿Desear con todas sus fuerzas seguir siendo tan pobre y tan puro para que el amigo no lo despreciara?...  O atreverse a soñar que un día podría dejar de ser pobre, vivir de su trabajo… ¡tomarse una cerveza al final de la jornada! y tener planes… sencillamente, planes.

viernes, 11 de septiembre de 2015

PAPELES EN EL AIRE

Mucha gente siente la necesidad algún día de hacer algo por la patria, sobre todo cuando ella es una verdadera madre. La madre de todas las desgracias de sus hijos.
 Aunque uno haya nacido en un lugar muy malo, a ese lugar se le dice patria. Los maestros y autoridades se empeñan en que se haga una fusión del lugar con sus gobernantes y lo que ellos quieren de sus gobernados, lo mezclan todo, y a la mezcla le siguen diciendo patria.
Si toda esta mezcla dura lo que dura un gobierno se puede hacer el de la vista gorda, pero si dura la vida entera la gente se comienza a dar cuenta que patria es algo más que lo que has tenido que repetir eternamente en las catequesis del colegio, de las fiestas “organizadas” del barrio, y desde luego, del trabajo.
Perico se dio cuenta de que quería hacer algo por la patria en ese sentido y ¿qué mejor que darles la alegría del día a los transeúntes lanzándoles desde un edificio bien alto muchos papelitos que solamente dijeran un deseo, uno que les fuera común a la generalidad, y que todos esperaran con la mayor ansiedad de sus desgraciadas vidas?
Como no tenía impresora, ni ordenador, ni máquina de escribir, ni papel carbón siquiera, le pareció que papel y lápiz serían suficientes y escribió uno por uno quinientos papelitos que contenían ese solo deseo. Los papelitos decían “Abajo el de Arriba”. Sabía que todo el mundo lo iba entender.
Su madre le había dicho muchas veces que cuando uno hacía un bien desinteresadamente, lo debía hacer de forma anónima, por eso Perico tomó más cuidado que nunca en que así fuera, porque nadie le había dicho nunca, ni siquiera su madre, que para hacer un bien a los demás había que hacerse mal a uno mismo.
El edificio seleccionado sería la escuela de adultos a la que iba después de trabajar.
Así es que ese día no trabajó, pero ni siquiera descansó al mediodía, cuando escuchó las aventuras por radio, y hasta cierto punto éstas le sirvieron de inspiración para escribir; aunque lo que estuviera escribiendo fuera tan parecido a las líneas que le ponían de castigo en la escuela años atrás.
Llegó al edificio un poco antes de la gran afluencia de público que se producía con la entrada de los estudiantes adultos. Había muchas escuelas de adultos en ese edificio, una en cada planta. Subió a la última y llegó con el corazón en la boca. No sabía si era que le sobraba el miedo o que le faltaba un ascensor.
Soledad total. Nadie en ninguna parte, pero esa soledad duraría lo que un merengue en la puerta de un colegio y aquello era un colegio. Se acercó a la ventana más céntrica en sentido vertical y tomó los papelitos, pensando que en realidad eran papeletas y los echó a volar como papalotes.
Entonces se metió un ratico en el baño para no ser el primero en llegar al aula. Esto fue lo más difícil porque a pesar de la soledad de aquellas alturas, las viejas cagadas de muchos días fermentaban como volcanes en ebullición en los desbordados inodoros.
Se esforzó por poner cara de ángel al entrar al aula (que todo el mundo pensara que él no era capaz de matar una mosca). Había muy poca gente y después de varios minutos el maestro llamó la atención sobre el hecho de que no sólo en esa clase sino en todas las demás había poca asistencia.
Un compañero llamado Eliezer se ofreció para averiguar si sucedía alguna cosa, o si por casualidad había alguna fiesta muy buena y muy cerca de la que no estaban enterados.
Al poco rato Eliezer regresó bastante pálido, como si algo muy importante hubiera sucedido. A Perico no le hubiera importado en ese momento ir a renovar las viejas cagadas del baño, si no fuera porque quizás no tendría tiempo de llegar. Era mejor quedarse sentado.
Eliezer, el enviado, explicó que el edificio entero, que era una enorme manzana en el centro de la ciudad, estaba acordonado. Perico sabía que ningún cordón de zapatos era tan largo y que eso significaba que los valerosos miembros y fuerzas de la seguridad de la patria, eran los que hacían el cordón humano. No se dejaba entrar ni salir a nadie del edificio. Todo el que saliera debía ser controlado pues algún material altamente explosivo se había lanzado desde las ventanas más altas hacia la calle. Perico comenzó a arrepentirse de su buena acción, pero no pudo dejar de observar el levísimo brillo de alegría en los ojos del profesor y comprendió que se alegraba más por la posible explosión que por la protección que los valerosos agentes podían brindarle.
Al finalizar la clase, como el que no quiere la cosa, evitó ser el primero o el último en salir. Para su gran alivio el cordón humano ya había sido desabrochado. La gente entraba y salía libremente del edificio. Buen momento, pensó, para ir a visitar una vez más a Milagritos, la chica  del primer piso de la que fingía ser amigo.
Milagritos hablaba siempre como si se estuviera burlando de él, pero ese día lo recibió medio asustada y le contó el revuelo del que había sido testigo. Le narró cómo algunos de los papelitos habían entrado por la gran ventana desde arriba. A pesar de que eran muy corticos y decían solamente… (Milagritos se le pegó mucho y le dijo jadeante al oído lo que decían los papelito), alguna gente no había tenido tiempo de leerlos porque enseguida habían entrado los valerosos agentes y conminado a los presentes a que les fuera entregado el peligroso material, incluso se habían llevado un chivo o chuleta que ella llevaba para la prueba que debía realizarse ese día, y que en definitiva se había suspendido. ¿Sabrían ellos que el chivo era de ella? ¡Porque los valerosos agentes tenían expertos calígrafos que podían comparar las letras con las de exámenes anteriores y descubrir que ella estaba intentando hacer fraude en un examen!
Perico recordó sus propios exámenes y sintió que las ganas de cagar le regresaban, pero ceder en ese momento sería hacerse la cruz definitivamente ante Milagritos, así es que apretó todo lo que pudo.
Ella también le contó cómo a todo el mundo aparentemente le divertía el suceso, menos a una compañera, a la que parecieron darle convulsiones de repudio hacia el apátrida que había sido capaz de semejante cobardía.
La maestra, con los exámenes sin repartir en las manos, tuvo que sedarla y asegurarle que los valerosos agentes eran personas muy preparadas y que darían con el degenerado que había escrito y lanzado los papelitos.
-          ¿Y sabes qué?-  Le dijo Milagritos  - Son unos bárbaros. Ya han dado con él.
-          ¡Mentira!... - Gritó Perico indignado.
-          Sí, muchacho, sí… fue un negro que bajaba corriendo la escalera en ese momento y lo han esposado y encañonado delante de todo el mundo. Lo metieron en el carro de la patrulla y se lo llevaron.
-          ¡Pobre negro!... – Perico sintió la compasión y la culpa a niveles tan altos como si él mismo se hallara en el infierno.
-          ¡Pero a quién se le ocurre hacer esa estupidez, Perico! ¡A un negro bruto únicamente!
Perico, demudado, imaginó a un muchacho un poco más oscuro que él en una oficina más oscura todavía con un bombillo en la cara y con la bemba partida de un puñetazo o de una patada. Era su deber interceder por aquel inocente… pero quizás ya había confesado, y entonces no haría más que complicar las cosas.

Tampoco podía correr en su auxilio. Ahora tenía más prisa que nunca por encontrar un baño, pero en ese momento preciso lo que sentía eran unos urgentes deseos de vomitar.

jueves, 3 de septiembre de 2015

CON-SU-MISMO

Casi todo el mundo tiene un familiar en el extranjero. Es más: hoy día casi todo el mundo es extranjero, pero en aquellos tiempos tener un familiar de tercer grado fuera de La Isla era motivo de orgullo.
La media hermana del cuñado de la madre de Lázara vivía fuera de La Isla y ella se sentía muy orgullosa. Al parecer había que llegar a ser adulto para tener un cuñado y por ende toda esa gran parentela.
Resulta que esa señora, es decir, la media hermana del cuñado de su madre, a la que no tenía el gusto de conocer personalmente, había llegado del Norte. Por cierto tampoco conocía al cuñado de su madre y después se enteró de que su madre, al igual que ella carecía de ese gusto. Al menos Lázara conocía a su madre y la historia sí que la sabía de buena tinta porque ella se la había contado con todo lujo de detalles.
Aunque esa señora del Norte nunca se dignó a visitarles dio la gran casualidad de que estaba emparentada  también con la familia de Caridad, su mejor amiga. Y a ellos sí que los visitó.
Caridad se apareció un día con un pulóver, como se le dice allí a las camisetas de mangas cortas, que nadie, absolutamente nadie lo tenía igual, a juego, por contra, con unas sandalitas blancas y planas, que ya quisiera Cenicienta.
Por suerte Caridad le tenía mucho cariño a Lázara. Ella no sabía  por qué, porque Lázara no se destacaba sino por usar zapatos ortopédicos, ya que no tenía otros, y usaba cada día la ropa típica del “con-su-mismo”, es decir, que todo el mundo andaba con su mismo vestido, y con su mismo estampado más o menos todo el tiempo. Nada de eso disminuía la estima de Caridad a Lázara y le prestaba su pulóver y sus sandalias, aunque le quedaban grandísimas. Al menos eran diferentes en medio de tanto consumismo.
Resulta que las dos en cuanto salían de la escuela les gustaba mucho escuchar la radio de del Norte, por muy mal que se oyera ya que la música era diferente y tenía el mismo encanto de la ropa diferente, pero cuando la escuela se iba al campo, y ellas con la escuela tenían que oír la misma radio que todo el mundo ¿y sabes qué? Que a veces no estaba mala y la pasaban bien con los guajiros escuchando las aventuras de Guaytabó y comiendo en medio del surco pan con tomate verde fumigado. Riquísimo.
Normalmente Lázara se sentía menos que las demás, porque todas tenían alguna prenda que aportar a la comunidad. Ese año Caridad tenía el pulóver y las chancletas o sandalias. Un día se las ponía Liset, otro día Ana María, otro día Fefita la chivata y hasta la Niña de Guatemala, que era tan misteriosa se las ponía, pero las otras tenían otras cosas, así es que los perros del campamento se volvían locos porque no sabían a quién estaban oliendo cuando se encontraban con alguien. Sin embargo por primera vez Lázara tenía un pantalón rojo, que se lo había traído la madrina de la hija de la costurera a su ahijada, pero como ella tenía mucho cuerpo, no le entraba y fueron tan generosas que ¡Se lo regalaron a Lázara! ¡Nuevo! El pantalón no sólo tenía su onda diferente sino que además hacía cuerpo, así es que todo el mundo intentaba ponérselo aunque no fuera de su talla y eso era muy bueno, pero también tenía sus puntos de dificultad porque estaba claro que alguna gente le quedaba mejor que a otra. Lázara tenía que observar con resignación como su única prenda interesante se embellecía aún más en otros cuerpos y peor aún comprender que todo el mundo se daba cuenta de lo mismo.
Sin embargo esa no fue la vergüenza mayor. Para lo que ella nunca estuvo preparada  fue para lo que le pasó al regreso de la Escuela al Campo y se ofreció, desinteresadamente, todo hay que decirlo, para lavarle el pulóver a Caridad, ya que tanto lo había usado.
Iban todas las amigas, excepto Fefita la chivata y se encontraron de frente, por el medio de la calle con el hermano de Lázara, Perico, que ya no era aquel flaquito de antes, sino que había crecido y echado hombros. Perico llevaba todos sus músculos marcados y la gente no se lo podía creer ¡Se había metido en el pulóver de Caridad! ¡Qué bien le quedaba!

Caridad no se puso brava, pero la prenda no volvió a ser la misma, ya que como Perico se la había puesto húmeda y bajo mucha tensión, por algún misterio de la física se le quedó marcada para siempre la forma de su cuerpo musculoso como si de un molde de yeso se tratara.

martes, 18 de agosto de 2015

PUEBLO NÓMADA

Hubo una vez, un reino muy lejano, en que por decreto monárquico a veces, y otras por libre elección, las personas se transformaban en gusanos. Cientos de miles de personas se transfiguraban durante la noche en gusanos. Esto era una situación muy incómoda para los propios gusanos, y también para los que convivían con ellos o eran simplemente sus amigos, ya que es muy fácil pisar a un gusano, aplastarlo. De manera que el gusano hacía todo lo posible por ayudar a su familia y a sus amigos largándose de la casa, del barrio, de su país, yéndose para otra nación donde afortunadamente casi siempre recuperaba su forma humana, si bien se sentía como un nómada, y se llevaba al partir una parte del cielo de su propio terruño.
Este fenómeno tan extraño se mantuvo hasta que locos de añoranza, y aprovechando circunstancias propicias, los antiguos gusanos regresaban a visitar a sus familias y a sus amigos. Era interesante que estos ya no los veían más como gusanos, sino como hermosas mariposas multicolores cuya fragilidad obligaba a agasajos muy cortos, so pena de morir antes de regresar a sus eventuales refugios.
Pero la nostalgia es un dolor extraño que crea lazos invisibles entre los implicados, de manera que si la única forma de mitigarla  era vivir juntos y en forma humana, no importaba la condición de forastero, no importaba convertirse en gusano y largarse del reino a rastras o a como diera lugar ya que, es sabido, los gusanos no tienen alas.
Y fue nuevamente por decreto real que los nuevos gusanos se llamasen escoria y que fueran en consecuencia más despreciables todavía, pues debían demostrar su humillación en público, dejarse pisar, golpear o incluso aplastar.
Esto volvió a ser una situación muy incómoda para los que convivían con ellos o eran simplemente sus amigos y no querían maltratar o pisotear lo que tan bajo y tan sucio estaba. Así es que la escoria hizo todo lo posible por largarse como lo habían hecho los antiguos gusanos y recuperar así la humanidad.
Pero la degradación provoca un sufrimiento punzante que dibuja tramas impalpables entre los afectados, y se creó una corriente llena de seres considerados infames, completamente despreciables, que para recuperar su forma humana emigraban a cualquier país con tal de recobrar un perfil que los hiciera reconocibles ante sí mismos y ante sus familias.
De esta manera se creó un puente físico de seres humanos que escapaban continuamente del reino y en proporción creciente hacia cualquier lugar. Se llamó la diáspora de los apátridas o nómadas.  Era tan fuerte, que la propia familia real de ninguna manera fue inmune a lo que parecía una fuerza succionadora de sus súbditos.
Habían pasado muchos años desde los primeros gusanos y el rey, que se sentía viejo y enfermo no sabía cómo detener el abandono de sus feudos. Probaba suertes tratando de que el país no se consumiera antes que su propia vida y renegaba senilmente algunas veces y de manera errática otras de sus antiguos decretos.

Afortunadamente, la muerte lo sorprendió antes de que la nada ocupara el lugar de lo que fuera el país de los apátridas y como un sortilegio que se deshace tan pronto como dejó de brillar el último destello de luz que absorbía su maléfica pupila, los hombres y mujeres dentro o fuera del pueblo recuperaron su condición de humanos y sintieron levantar de sus hombros el peso que los obligaba a andar como criaturas indignas. La luz regresó como cuando se disipan los últimos vestigios de una larga noche y regresaron también muchos de los desterrados y nómadas dispersos por el mundo.

martes, 4 de agosto de 2015

PAREJAS DE HECHO

Sabemos que algunas palabras existen para la definición de un solo hecho concreto, porque aunque un burro no hable, ni gima, ni grite, tampoco ladra, sólo rebuzna. Así es que no necesitamos preguntar qué animal mugió o maulló, relinchó, o tuvo a bien hablar en su idioma materno, si este se encuentra reconocido internacionalmente.
Hasta ahí se acepta el capricho del lenguaje, del mismo modo que se acepta la existencia de sobrenombres no propios nacidos para dejar de nombrar a algunos nombres propios, como cuando se dice “La meca del cine” para no decir Hollywood, o el recio cazador para no decir Apolinar Matías, o el astuto mejicano para no nombrar al  Charro Quiroga.
Pero ha llegado el momento de hacer notar el parasitismo e hipocresía de algunas palabras que presumiendo de tener un significado propio, jamás se presentan en público sino van acompañadas de aquellas a las que le chupan todo su significado. Ha llegado el momento también de desenmascarar la presunta individualidad que representan y condenarlas a que al menos, legalicen su situación como vocablos parejas de hecho, y se inscriban todas en un registro destinado a tenerlas en una situación legal adecuada.
Sí, porque todos tenemos un ceño; pero nunca hablamos del él, si no es para decir que está fruncido. Entonces en ese registro se escribiría ceño fruncido como pareja de hecho, haciendo hincapié en que ceño es la palabra parásita, de esta manera nadie podría llamarse a engaño cuando se la encontrara fuera de contexto.
Denunciemos también a mesar, que no tiene nada que ver con mesera, ni con medir. Esa palabra sólo se presenta acompañada de cabellos, porque nadie se mesa otra cosa que los cabellos. Antiguamente se podían mesar también las barbas, pero al dejarse de usar en los países de habla hispana ha quedado relegada a una sola compañía, es decir, cabellos. Alguien hará notar inmediatamente de que hay un solo país de habla hispana donde uno solo de sus habitantes tenía la costumbre de mesarse la barba, pero aparte de que las excepciones son las que confirman las reglas, se le puede objetar que  incluso ese habitante  ha perdido la costumbre de mesarse la barba al haber ido perdiendo pelo con los años.
¿Hay alguna otra comisura que no sea la de los labios? Supongo que sí, pero ante la falta de evidencias debería ser denunciada igualmente esa palabra. Registremos comisura de los labios como pareja de hecho, denunciando como palabra parásita a comisura.
Bien, en el caso de soslayar, debería hacerse un estudio, porque aunque algunas veces se siente libre, jamás se le ha visto tan a gusto como al lado de mirada, cuando alguien nos ha mirado de soslayo, por lo que tal vez se debería conminar a esta palabra a que se defina.
De la misma manera habrá algunas pocas cosas pertinaces, pero ninguna como la lluvia o la llovizna que están unidas en matrimonio desde que diluvió la primera vez.
Emplacemos a las cejas, más bien a una de ellas, para que denuncie de una vez y por todas la apropiación que de su personalidad hace la palabra enarcar, porque ¿se puede hacer algo mejor con una ceja que enarcarla? O peor ¿Se puede enarcar alguna otra cosa que no sea una ceja?

Estos son sólo algunos ejemplos. Los otros, y nos consta que hay muchos, deberían someterse a exámenes sobre su condición de  palabras parejas de hecho.

martes, 28 de julio de 2015

¡Adiós radionovela! ¡Adiós telenovela!

¡Adiós radionovela!... Si era de día.
Lázara Pacheco no conocía a nadie a quien le gustaran las reuniones. Bueno, es que reunión en esos tiempos no significaba reunirse con los amigos o con cualquier tipo de gente interesante. Significaba que mucha gente del centro de estudios o de trabajo se reunía con el carácter más bien de una asamblea a debatir algún tema que a nadie le interesaba. Y mientras menos interesante era el tema, más largas se hacían las reuniones. Sería por el aquello de que si todo lo que te gusta es malo y debe consumirse en pequeñas dosis, todo lo que no te gusta es bueno y debes consumirlo en grandes cantidades.
Cuando tocaba la reunión de “Méritos y Deméritos” cada estudiante tenía que ser analizado individualmente, y todos los demás compañeros hablar sobre las cosas buenas y malas de su colega, lo que estaba también en armonía con la ley anterior. Así es que si un compañero era divertido, tenía facilidad para adaptar el uniforme a su personalidad y sabía mucho de música en inglés, había que criticarlo duramente. Si además alguien sabía que alguna vez se le había ocurrido  escribir carteles contra el gobierno en el último azulejo inferior del baño, que no se podía leer de pie, sino acostado en el húmedo suelo… pues ni siquiera se había especificado qué castigo tan terrible le tocaría, porque por suerte no se estaba al corriente de quién había escrito el dichoso cartelito.
Por otra parte, si el colega era más aburrido que una ostra, no se movía de su asiento ni para hacer pipí y no soltaba prenda en los exámenes había que elogiarlo. Si además resultaba que el chico era sencillamente un chivatón, había que hablar de él con lágrimas de agradecimiento en los ojos.
Después de cinco horas y media de arduo debate, donde se había llegado a la conclusión de que el Cosmonauta,  era un gran compañero, a pesar de que las proporciones de su cabeza le daban a su presencia el aspecto de traje espacial, no era Lázara la única desesperada por irse a casa, de manera que lo más práctico era votar por unanimidad que Barry Manilow, llamado así por el largo exagerado de sus extremidades en crecimiento, era un ser deleznable que usaba su parecido físico con ciertas figuras de clara tendencia imperialista para ejercitar el diversionismo ideológico entre sus más pequeños (en estatura) compañeros de clase.
Y a Lázara Pacheco por primera vez en su vida se le planteó un conflicto de conciencia. Había aprobado inglés gracias a la desinteresada y arriesgada información de Barry Manilow durante el transcurso de último examen. ¿Cómo le iba a echar tierra ahora? Por muy bajito que levantara la mano a favor de que lo expulsaran de la lista de alumnos aptos para cursar estudios superiores, él, que era tan alto, la podría mirar. ¿Cómo vivir después con esa mirada, que ni siquiera sería dura, pues él era la personalización del símbolo de la paz?
Lázara no levantó la mano, ni siquiera el dedo, con la esperanza de pasar desapercibida, pero el Cosmonauta no se había convertido en Vanguardia por gusto, e inmediatamente hizo notar a la presidencia de la reunión la cobarde abstención.
No, no había sido un descuido, tampoco era una abstención. Lázara levantó su tembloroso y delgado brazo para votar en contra de la expulsión de Barry Manilow de la lista de alumnos aptos para cursar estudios superiores.
La bola picó y se extendió…

¡Adiós telenovela!... Si era de noche

martes, 7 de julio de 2015

LOS ILEGALES

Algunos nacen fuera de la ley. Otros, como es el caso de Guaytabó,  se ven obligados a vivir sin estar contemplados en el orden establecido. Y los hay que escogen existir fuera del orden social. Esta también debió ser la opción de “El Hijo del Cóndor”.

El respeto a la ley es una de las mayores garantías de justicia social, a pesar de que comprendamos que muchas leyes se tornan injustas a la hora de aplicarse a un caso concreto. No obstante las sociedades progresistas evolucionan en el lento proceso de adaptación de las leyes a las más disímiles realidades. Pero es tarea indelegable de la autoridad o el gobierno la aplicación de las leyes existentes, las que haya, como único recurso, aunque falible, de equidad e imparcialidad general.

Eso es la tarea de quien tutela el bien común.

Sin embargo, es la conciencia de los individuos la que les dicta el deber o no de respetar la ley, el esfuerzo por cumplirla en bien de todos, la comodidad y cobardía de aceptarla en detrimento de la justicia para algunos, o la obligación moral de no acatarla en determinados casos, justificados precisamente en nombre del civismo, la rectitud, o una situación específica y particular.

El que viola la ley por egoísmo, bajas pasiones, avaricia, falta de disciplina, o abuso de poder es un delincuente.

El que viola la ley como un acto de consciencia es un redentor. No pretende demoler un sistema, por el contrario, asume las imperfecciones de un régimen y carga sobre sus espaldas el enorme peso de ayudar en su transformación humanística. Sabe que puede fracasar, y que el mayor fracaso, no es siquiera quedar atrapado en las injusticias legales, sino que su inmolación social sea en vano.

Conozco personas que cumplen con la manutención de sus propios hijos sólo porque la ley los obliga, para ellas está especificada esta obligación. Otros, en cambio, se han visto obligados a cruzar ilegalmente una frontera para reunirse con ellos, o los han transportado en una maleta para garantizar que la eternización de los procedimientos judiciales impida que finalmente crezcan junto a sus padres. 

Desde luego la justicia, entendida como régimen general es preciosa, pero no más que la vida  y la trayectoria de un solo ser humano.

martes, 23 de junio de 2015

AMOR DORMIDO

A Despojo se lo llevaron porque era razonable. No se debe tener un perro con sarna en un pequeño apartamento de la ciudad conviviendo con niños y mayores.
Lo probaron todo: El Benzoato de Bencilo y Clorofenotano parecía lo más efectivo, pero la sarna fue estrechando su círculo alrededor de los ojos del animal y allí se quedaba. En ese lugar donde el medicamento no podía actuar so pena de dejar ciego al animalito.
Vinieron los baños en el Malecón, porque el agua de mar también estaba recomendada, aunque mejor hubiera sido en la playa, pero quedaba inaccesible, también para las personas. Era divertido verlo nadar en las posetas del Malecón.
El veterinario advirtió de que la escabiosis en general era muy contagiosa a los humanos, pero que esa que padecía Despojo era particularmente rebelde una vez instalada, como lo demostraba la mirada desierta del perrito. La llamó sarna espejuelos y sus facturas se llevaban la tercera parte de los 200 pesos mensuales con los que vivían los cinco.
Entonces vino un amigo y dijo que él tenía un carro de una empresa que daba un viaje desde La Habana Vieja hasta una finca por allá por Quivicán, bien lejos. Él también estaba compadecido y dijo que en la finca, a nadie le molestaría tener un perro más. Que les tiraban comida cada día porque había un comedor para los trabajadores donde siempre quedaban sobras. Se lo llevaron cuando los niños estaban en la escuela.
Los días se hacían aburridos, silenciosos, largos e inactivos. Tristes para todos y sobre todo para Lázara. Ella lo tenía difícil para salir, así es que se tiraba en el suelo a rellenar una cuartilla tras otra de cómics y dibujos a lápiz mientras escuchaba la radio.
Sonó el típico rasguño de la puerta, pero no podía ser. Lázara siguió dibujando. Volvió a sonar y ella se levantó lentamente. No quería hacer el ridículo aunque, por suerte, estaba sola y nadie se podía reír de su  absurdo anhelo, el que llevaba oculto a la luz del día, pero que se le hacía evidente en los sueños, cuando lloraba dormida la ausencia de su amigo con un dolor imposible de explicar. ¿Cuántos días o semanas llevaba así?
Abrió la puerta y él estaba allí. Tan flaco, tan orgulloso de haberla encontrado otra vez, tan feliz a pesar del cansancio y el hambre. Tan orondo y solícito a la vez.
Se abrazaron, se besaron, se pasaron lenguas  y corrieron  lágrimas. No había nadie para decir que no se podía pasar la mano o acariciar. Ni falta que hacía.

Despojo tenía pelo alrededor de sus ojos y en todo su cuerpo. Se había curado completamente.

martes, 16 de junio de 2015

LA SAGA DE NUESTRA AMÉRICA

La saga Guaytabó no es una historia de indios suramericanos. Es un recorrido por toda América en una suerte de representación de escenas que incluyen, como no, al indio en casi todos su hábitats. En esta variedad de sucesos quedan  reflejados también  casi todas las clases sociales, raciales y políticas de la primera mitad del siglo XX .
Es cierto que hay un predominio del ambiente rural, pueblerino y campesino, así como una mirada directa al rico mundo original y todavía “incivilizado” de la naturaleza virgen del continente, pero también hay una procesión de personajes  “ilustrados” a la manera de la civilización predominante que se desenvuelven en entornos y costumbres completamente compatibles con la cultura europea y occidental.

A modo de argumentación de la diversidad de la saga, por ejemplo, tenemos que en la tercera novela se trata el tema de los caucheros que recorrían los puertos fluviales  buscando fuerza de trabajo para sus caucherías en lo más intrincado de la selva.  Los campesinos eran atraídos unas veces mediante el engaño, otras a viva fuerza,  y una vez en las caucherías convertidos en verdaderos esclavos. 
Sin embargo en la siguiente se presenta la acción de los terratenientes para controlar electoralmente al campesinado y dominar el sistema parlamentario institucional, o más adelante en otra novela se refleja la forma en que las dictaduras militares al servicio de grandes intereses políticos organizan la subversión dentro de otros países.
De manera que la demagogia política que confunde a las masas campesinas y honradas para ponerlas al servicio de sus intereses, tema tan vigente hoy en día, se ve reflejado también en las aventuras de Guaytabó.
Y porque la saga habla de nuestra América trata temas vitales y cotidianos. Paralelamente a los conflictos personales y humanos de los protagonistas de turno, se trata a veces la lucha de los pioneros del movimiento sindical, o la forma en que los terratenientes geófagos se apoyan en los tribunales corruptos para consumar el despojo al campesinado, conflictos capitales de nuestro continente, como lo son la riqueza petrolera y las luchas de las grandes compañías por apoderarse de ella, reflejado en otra de las aventuras.


Es entonces de esperar que una de estas 16 novelas exponga el tema de la triste suerte de las comunidades indígenas de América y de las llamadas “reservaciones”, y del mismo modo, el de las tribus de indios que en sus diferentes constelaciones pasan desde la convivencia integrada con las otras comunidades sociales, hasta las nómadas, que por alguna razón han decidido en cierto momento de su historia el aislamiento y la separación total del “hombre blanco”.


martes, 9 de junio de 2015

POR QUÉ GUAYTABÓ

La saga Guaytabó comenzó a transmitirse en la emisora cubana “Radio Liberación” en los años 70 y se convirtió en un hito de la dramaturgia radial, dejando una estela que aún hoy perdura en muchas emisoras provinciales de Cuba. La serie completa se mantuvo en el aire durante 8 años consecutivos, emitiéndose diariamente un capítulo de 20 minutos, de lunes a viernes.
Más de 20 años después, aún se retransmite la radionovela en algunas emisoras.

El pasado 13 de enero salió a la venta “El Hijo del Cóndor”, la segunda parte de la Saga Guaytabó.
Junto a “La Flecha de Cobre”, hecha pública el 18 de junio de 2014, ya son dos las novelas publicadas de la saga de aventuras Guaytabó de la que se espera en breve su próxima entrega.
Es precisamente esa primera novela “La Flecha de Cobre” la que hereda el nombre de la serie radial, creación estrella de Manuel Ángel Daranas y encabeza una serie de 16 novelas bajo el sello de la misma saga, llamada  “Guaytabó” en su versión literaria en honor a su protagonista.

El autor de la serie radial, el conocido actor y presentador Manuel Ángel Daranas, dejó la historia a manos de su hija Marta Isabel Daranas, quien la ha adaptado al formato literario. La autoría de Guaytabó se firma bajo el nombre M. Daranas y hace referencia al nombre de ambos autores de la saga.
“La Flecha de Cobre” y “El Hijo del Cóndor” están a la venta en las plataformas Amazon de Estados Unidos, México, Argentina, Chile y España entre otras, y está disponible tanto en versión e-book como en papel. Su precio oscila entre 1 y 2 dólares la versión digital y 9 dólares para la versión impresa.

La sinopsis de la saga y toda la información relativa a la misma está disponible en www.guaytabo.com