Sabemos que algunas palabras existen para la
definición de un solo hecho concreto, porque aunque un burro no hable, ni gima,
ni grite, tampoco ladra, sólo rebuzna. Así es que no necesitamos preguntar qué animal
mugió o maulló, relinchó, o tuvo a bien hablar en su idioma materno, si este se
encuentra reconocido internacionalmente.
Hasta ahí se acepta el capricho del lenguaje, del
mismo modo que se acepta la existencia de sobrenombres no propios nacidos para dejar
de nombrar a algunos nombres propios, como cuando se dice “La meca del cine”
para no decir Hollywood, o el recio cazador para no decir Apolinar Matías, o el
astuto mejicano para no nombrar al Charro Quiroga.
Pero ha llegado el momento de hacer notar el
parasitismo e hipocresía de algunas palabras que presumiendo de tener un
significado propio, jamás se presentan en público sino van acompañadas de
aquellas a las que le chupan todo su significado. Ha llegado el momento también
de desenmascarar la presunta individualidad que representan y condenarlas a que
al menos, legalicen su situación como vocablos parejas de hecho, y se inscriban
todas en un registro destinado a tenerlas en una situación legal adecuada.
Sí, porque todos tenemos un ceño; pero nunca hablamos del él, si no es para decir que está fruncido. Entonces en ese registro se
escribiría ceño fruncido como pareja
de hecho, haciendo hincapié en que ceño es la palabra parásita, de esta manera
nadie podría llamarse a engaño cuando se la encontrara fuera de contexto.
Denunciemos también a mesar, que no tiene nada que ver con mesera, ni con medir. Esa
palabra sólo se presenta acompañada de cabellos,
porque nadie se mesa otra cosa que los cabellos. Antiguamente se podían mesar
también las barbas, pero al dejarse de usar en los países de habla hispana ha
quedado relegada a una sola compañía, es decir, cabellos. Alguien hará notar
inmediatamente de que hay un solo país de habla hispana donde uno solo de sus
habitantes tenía la costumbre de mesarse la barba, pero aparte de que las
excepciones son las que confirman las reglas, se le puede objetar que incluso ese habitante ha perdido la costumbre de mesarse la barba al
haber ido perdiendo pelo con los años.
¿Hay alguna otra comisura
que no sea la de los labios? Supongo
que sí, pero ante la falta de evidencias debería ser denunciada igualmente esa
palabra. Registremos comisura de los
labios como pareja de hecho, denunciando como palabra parásita a comisura.
Bien, en el caso de soslayar, debería hacerse un estudio, porque aunque algunas veces
se siente libre, jamás se le ha visto tan a gusto como al lado de mirada, cuando alguien nos ha mirado de soslayo, por lo que tal vez
se debería conminar a esta palabra a que se defina.
De la misma manera habrá algunas pocas cosas pertinaces, pero ninguna como la lluvia o la llovizna que están unidas
en matrimonio desde que diluvió la primera vez.
Emplacemos a las cejas, más bien a una de ellas, para
que denuncie de una vez y por todas la apropiación que de su personalidad hace
la palabra enarcar, porque ¿se puede
hacer algo mejor con una ceja que
enarcarla? O peor ¿Se puede enarcar alguna otra cosa que no sea una ceja?
Estos son sólo algunos ejemplos. Los otros, y nos
consta que hay muchos, deberían someterse a exámenes sobre su condición de palabras parejas de hecho.
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