Hubo una vez, un reino muy lejano, en que por decreto monárquico a
veces, y otras por libre elección, las personas se transformaban en gusanos.
Cientos de miles de personas se transfiguraban durante la noche en gusanos.
Esto era una situación muy incómoda para los propios gusanos, y también para
los que convivían con ellos o eran simplemente sus amigos, ya que es muy fácil
pisar a un gusano, aplastarlo. De manera que el gusano hacía todo lo posible por
ayudar a su familia y a sus amigos largándose de la casa, del barrio, de su
país, yéndose para otra nación donde afortunadamente casi siempre recuperaba su forma humana,
si bien se sentía como un nómada, y se llevaba al partir una parte del cielo de
su propio terruño.
Este fenómeno tan extraño se mantuvo hasta que locos de añoranza, y
aprovechando circunstancias propicias, los antiguos gusanos regresaban a
visitar a sus familias y a sus amigos. Era interesante que estos ya no los
veían más como gusanos, sino como hermosas mariposas multicolores cuya
fragilidad obligaba a agasajos muy cortos, so pena de morir antes de regresar a
sus eventuales refugios.
Pero la nostalgia es un dolor extraño que crea lazos invisibles entre
los implicados, de manera que si la única forma de mitigarla era vivir juntos y en forma humana, no
importaba la condición de forastero, no importaba convertirse en gusano y
largarse del reino a rastras o a como diera lugar ya que, es sabido, los
gusanos no tienen alas.
Y fue nuevamente por decreto real que los nuevos gusanos se llamasen
escoria y que fueran en consecuencia más despreciables todavía, pues debían
demostrar su humillación en público, dejarse pisar, golpear o incluso aplastar.
Esto volvió a ser una situación muy incómoda para los que convivían con
ellos o eran simplemente sus amigos y no querían maltratar o pisotear lo que
tan bajo y tan sucio estaba. Así es que la escoria hizo todo lo posible por
largarse como lo habían hecho los antiguos gusanos y recuperar así la humanidad.
Pero la degradación provoca un sufrimiento punzante que dibuja tramas impalpables
entre los afectados, y se creó una corriente llena de seres considerados
infames, completamente despreciables, que para recuperar su forma humana
emigraban a cualquier país con tal de recobrar un perfil que los hiciera
reconocibles ante sí mismos y ante sus familias.
De esta manera se creó un puente físico de seres humanos que escapaban continuamente
del reino y en proporción creciente hacia cualquier lugar. Se llamó la diáspora
de los apátridas o nómadas. Era tan
fuerte, que la propia familia real de ninguna manera fue inmune a lo que
parecía una fuerza succionadora de sus súbditos.
Habían pasado muchos años desde los primeros gusanos y el rey, que se
sentía viejo y enfermo no sabía cómo detener el abandono de sus feudos. Probaba
suertes tratando de que el país no se consumiera antes que su propia vida y
renegaba senilmente algunas veces y de manera errática otras de sus antiguos decretos.
Afortunadamente, la muerte lo sorprendió antes de que la nada ocupara el
lugar de lo que fuera el país de los apátridas y como un sortilegio que se
deshace tan pronto como dejó de brillar el último destello de luz que absorbía
su maléfica pupila, los hombres y mujeres dentro o fuera del pueblo recuperaron
su condición de humanos y sintieron levantar de sus hombros el peso que los
obligaba a andar como criaturas indignas. La luz regresó como cuando se disipan
los últimos vestigios de una larga noche y regresaron también muchos de los desterrados
y nómadas dispersos por el mundo.
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