Casi todo el mundo tiene un familiar en el extranjero. Es más: hoy día
casi todo el mundo es extranjero, pero en aquellos tiempos tener un familiar de
tercer grado fuera de La Isla era motivo de orgullo.
La media hermana del cuñado de la madre de Lázara vivía fuera de La Isla
y ella se sentía muy orgullosa. Al parecer había que llegar a ser adulto para
tener un cuñado y por ende toda esa gran parentela.
Resulta que esa señora, es decir, la media hermana del cuñado de su
madre, a la que no tenía el gusto de conocer personalmente, había llegado del
Norte. Por cierto tampoco conocía al cuñado de su madre y después se enteró de
que su madre, al igual que ella carecía de ese gusto. Al menos Lázara conocía a
su madre y la historia sí que la sabía de buena tinta porque ella se la había
contado con todo lujo de detalles.
Aunque esa señora del Norte nunca se dignó a visitarles dio la gran
casualidad de que estaba emparentada también
con la familia de Caridad, su mejor amiga. Y a ellos sí que los visitó.
Caridad se apareció un día con un pulóver, como se le dice allí a las
camisetas de mangas cortas, que nadie, absolutamente nadie lo tenía igual, a
juego, por contra, con unas sandalitas blancas y planas, que ya quisiera
Cenicienta.
Por suerte Caridad le tenía mucho cariño a Lázara. Ella no sabía por qué, porque Lázara no se destacaba sino
por usar zapatos ortopédicos, ya que no tenía otros, y usaba cada día la ropa
típica del “con-su-mismo”, es decir, que todo el mundo andaba con su mismo
vestido, y con su mismo estampado más o menos todo el tiempo. Nada de eso
disminuía la estima de Caridad a Lázara y le prestaba su pulóver y sus
sandalias, aunque le quedaban grandísimas. Al menos eran diferentes en medio de
tanto consumismo.
Resulta que las dos en cuanto salían de la escuela les gustaba mucho
escuchar la radio de del Norte, por muy mal que se oyera ya que la música era diferente
y tenía el mismo encanto de la ropa diferente, pero cuando la escuela se iba al
campo, y ellas con la escuela tenían que oír la misma radio que todo el mundo
¿y sabes qué? Que a veces no estaba mala y la pasaban bien con los guajiros
escuchando las aventuras de Guaytabó y comiendo en medio del surco pan con
tomate verde fumigado. Riquísimo.
Normalmente Lázara se sentía menos que las demás, porque todas tenían
alguna prenda que aportar a la comunidad. Ese año Caridad tenía el pulóver y
las chancletas o sandalias. Un día se las ponía Liset, otro día Ana María, otro
día Fefita la chivata y hasta la Niña de Guatemala, que era tan misteriosa se
las ponía, pero las otras tenían otras cosas, así es que los perros del
campamento se volvían locos porque no sabían a quién estaban oliendo cuando se
encontraban con alguien. Sin embargo por primera vez Lázara tenía un pantalón
rojo, que se lo había traído la madrina de la hija de la costurera a su
ahijada, pero como ella tenía mucho cuerpo, no le entraba y fueron tan
generosas que ¡Se lo regalaron a Lázara! ¡Nuevo! El pantalón no sólo tenía su
onda diferente sino que además hacía cuerpo, así es que todo el mundo intentaba
ponérselo aunque no fuera de su talla y eso era muy bueno, pero también tenía
sus puntos de dificultad porque estaba claro que alguna gente le quedaba mejor
que a otra. Lázara tenía que observar con resignación como su única prenda
interesante se embellecía aún más en otros cuerpos y peor aún comprender que
todo el mundo se daba cuenta de lo mismo.
Sin embargo esa no fue la vergüenza mayor. Para lo que ella nunca estuvo
preparada fue para lo que le pasó al
regreso de la Escuela al Campo y se ofreció, desinteresadamente, todo hay que
decirlo, para lavarle el pulóver a Caridad, ya que tanto lo había usado.
Iban todas las amigas, excepto Fefita la chivata y se encontraron de
frente, por el medio de la calle con el hermano de Lázara, Perico, que ya no
era aquel flaquito de antes, sino que había crecido y echado hombros. Perico
llevaba todos sus músculos marcados y la gente no se lo podía creer ¡Se había
metido en el pulóver de Caridad! ¡Qué bien le quedaba!
Caridad no se puso brava, pero la prenda no volvió a ser la misma, ya
que como Perico se la había puesto húmeda y bajo mucha tensión, por algún
misterio de la física se le quedó marcada para siempre la forma de su cuerpo
musculoso como si de un molde de yeso se tratara.
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