jueves, 3 de septiembre de 2015

CON-SU-MISMO

Casi todo el mundo tiene un familiar en el extranjero. Es más: hoy día casi todo el mundo es extranjero, pero en aquellos tiempos tener un familiar de tercer grado fuera de La Isla era motivo de orgullo.
La media hermana del cuñado de la madre de Lázara vivía fuera de La Isla y ella se sentía muy orgullosa. Al parecer había que llegar a ser adulto para tener un cuñado y por ende toda esa gran parentela.
Resulta que esa señora, es decir, la media hermana del cuñado de su madre, a la que no tenía el gusto de conocer personalmente, había llegado del Norte. Por cierto tampoco conocía al cuñado de su madre y después se enteró de que su madre, al igual que ella carecía de ese gusto. Al menos Lázara conocía a su madre y la historia sí que la sabía de buena tinta porque ella se la había contado con todo lujo de detalles.
Aunque esa señora del Norte nunca se dignó a visitarles dio la gran casualidad de que estaba emparentada  también con la familia de Caridad, su mejor amiga. Y a ellos sí que los visitó.
Caridad se apareció un día con un pulóver, como se le dice allí a las camisetas de mangas cortas, que nadie, absolutamente nadie lo tenía igual, a juego, por contra, con unas sandalitas blancas y planas, que ya quisiera Cenicienta.
Por suerte Caridad le tenía mucho cariño a Lázara. Ella no sabía  por qué, porque Lázara no se destacaba sino por usar zapatos ortopédicos, ya que no tenía otros, y usaba cada día la ropa típica del “con-su-mismo”, es decir, que todo el mundo andaba con su mismo vestido, y con su mismo estampado más o menos todo el tiempo. Nada de eso disminuía la estima de Caridad a Lázara y le prestaba su pulóver y sus sandalias, aunque le quedaban grandísimas. Al menos eran diferentes en medio de tanto consumismo.
Resulta que las dos en cuanto salían de la escuela les gustaba mucho escuchar la radio de del Norte, por muy mal que se oyera ya que la música era diferente y tenía el mismo encanto de la ropa diferente, pero cuando la escuela se iba al campo, y ellas con la escuela tenían que oír la misma radio que todo el mundo ¿y sabes qué? Que a veces no estaba mala y la pasaban bien con los guajiros escuchando las aventuras de Guaytabó y comiendo en medio del surco pan con tomate verde fumigado. Riquísimo.
Normalmente Lázara se sentía menos que las demás, porque todas tenían alguna prenda que aportar a la comunidad. Ese año Caridad tenía el pulóver y las chancletas o sandalias. Un día se las ponía Liset, otro día Ana María, otro día Fefita la chivata y hasta la Niña de Guatemala, que era tan misteriosa se las ponía, pero las otras tenían otras cosas, así es que los perros del campamento se volvían locos porque no sabían a quién estaban oliendo cuando se encontraban con alguien. Sin embargo por primera vez Lázara tenía un pantalón rojo, que se lo había traído la madrina de la hija de la costurera a su ahijada, pero como ella tenía mucho cuerpo, no le entraba y fueron tan generosas que ¡Se lo regalaron a Lázara! ¡Nuevo! El pantalón no sólo tenía su onda diferente sino que además hacía cuerpo, así es que todo el mundo intentaba ponérselo aunque no fuera de su talla y eso era muy bueno, pero también tenía sus puntos de dificultad porque estaba claro que alguna gente le quedaba mejor que a otra. Lázara tenía que observar con resignación como su única prenda interesante se embellecía aún más en otros cuerpos y peor aún comprender que todo el mundo se daba cuenta de lo mismo.
Sin embargo esa no fue la vergüenza mayor. Para lo que ella nunca estuvo preparada  fue para lo que le pasó al regreso de la Escuela al Campo y se ofreció, desinteresadamente, todo hay que decirlo, para lavarle el pulóver a Caridad, ya que tanto lo había usado.
Iban todas las amigas, excepto Fefita la chivata y se encontraron de frente, por el medio de la calle con el hermano de Lázara, Perico, que ya no era aquel flaquito de antes, sino que había crecido y echado hombros. Perico llevaba todos sus músculos marcados y la gente no se lo podía creer ¡Se había metido en el pulóver de Caridad! ¡Qué bien le quedaba!

Caridad no se puso brava, pero la prenda no volvió a ser la misma, ya que como Perico se la había puesto húmeda y bajo mucha tensión, por algún misterio de la física se le quedó marcada para siempre la forma de su cuerpo musculoso como si de un molde de yeso se tratara.

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