A Despojo se lo llevaron porque era razonable. No se debe tener un perro
con sarna en un pequeño apartamento de la ciudad conviviendo con niños y
mayores.
Lo probaron todo: El Benzoato de Bencilo y Clorofenotano parecía lo más
efectivo, pero la sarna fue estrechando su círculo alrededor de los ojos del
animal y allí se quedaba. En ese lugar donde el medicamento no podía actuar so
pena de dejar ciego al animalito.
Vinieron los baños en el Malecón, porque el agua de mar también estaba
recomendada, aunque mejor hubiera sido en la playa, pero quedaba inaccesible,
también para las personas. Era divertido verlo nadar en las posetas del
Malecón.
El veterinario advirtió de que la escabiosis en general era muy
contagiosa a los humanos, pero que esa que padecía Despojo era particularmente
rebelde una vez instalada, como lo demostraba la mirada desierta del perrito.
La llamó sarna espejuelos y sus facturas se llevaban la tercera parte de los
200 pesos mensuales con los que vivían los cinco.
Entonces vino un amigo y dijo que él tenía un carro de una empresa que
daba un viaje desde La Habana Vieja hasta una finca por allá por Quivicán, bien
lejos. Él también estaba compadecido y dijo que en la finca, a nadie le
molestaría tener un perro más. Que les tiraban comida cada día porque había un
comedor para los trabajadores donde siempre quedaban sobras. Se lo llevaron
cuando los niños estaban en la escuela.
Los días se hacían aburridos, silenciosos, largos e inactivos. Tristes
para todos y sobre todo para Lázara. Ella lo tenía difícil para salir, así es
que se tiraba en el suelo a rellenar una cuartilla tras otra de cómics y
dibujos a lápiz mientras escuchaba la radio.
Sonó el típico rasguño de la puerta, pero no podía ser. Lázara siguió
dibujando. Volvió a sonar y ella se levantó lentamente. No quería hacer el
ridículo aunque, por suerte, estaba sola y nadie se podía reír de su absurdo anhelo, el que llevaba oculto a la luz
del día, pero que se le hacía evidente en los sueños, cuando lloraba dormida la
ausencia de su amigo con un dolor imposible de explicar. ¿Cuántos días o
semanas llevaba así?
Abrió la puerta y él estaba allí. Tan flaco, tan orgulloso de haberla
encontrado otra vez, tan feliz a pesar del cansancio y el hambre. Tan orondo y
solícito a la vez.
Se abrazaron, se besaron, se pasaron lenguas y corrieron lágrimas. No había nadie para decir que no se
podía pasar la mano o acariciar. Ni falta que hacía.
Despojo tenía pelo alrededor de sus ojos y en todo su cuerpo. Se había
curado completamente.
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