martes, 23 de junio de 2015

AMOR DORMIDO

A Despojo se lo llevaron porque era razonable. No se debe tener un perro con sarna en un pequeño apartamento de la ciudad conviviendo con niños y mayores.
Lo probaron todo: El Benzoato de Bencilo y Clorofenotano parecía lo más efectivo, pero la sarna fue estrechando su círculo alrededor de los ojos del animal y allí se quedaba. En ese lugar donde el medicamento no podía actuar so pena de dejar ciego al animalito.
Vinieron los baños en el Malecón, porque el agua de mar también estaba recomendada, aunque mejor hubiera sido en la playa, pero quedaba inaccesible, también para las personas. Era divertido verlo nadar en las posetas del Malecón.
El veterinario advirtió de que la escabiosis en general era muy contagiosa a los humanos, pero que esa que padecía Despojo era particularmente rebelde una vez instalada, como lo demostraba la mirada desierta del perrito. La llamó sarna espejuelos y sus facturas se llevaban la tercera parte de los 200 pesos mensuales con los que vivían los cinco.
Entonces vino un amigo y dijo que él tenía un carro de una empresa que daba un viaje desde La Habana Vieja hasta una finca por allá por Quivicán, bien lejos. Él también estaba compadecido y dijo que en la finca, a nadie le molestaría tener un perro más. Que les tiraban comida cada día porque había un comedor para los trabajadores donde siempre quedaban sobras. Se lo llevaron cuando los niños estaban en la escuela.
Los días se hacían aburridos, silenciosos, largos e inactivos. Tristes para todos y sobre todo para Lázara. Ella lo tenía difícil para salir, así es que se tiraba en el suelo a rellenar una cuartilla tras otra de cómics y dibujos a lápiz mientras escuchaba la radio.
Sonó el típico rasguño de la puerta, pero no podía ser. Lázara siguió dibujando. Volvió a sonar y ella se levantó lentamente. No quería hacer el ridículo aunque, por suerte, estaba sola y nadie se podía reír de su  absurdo anhelo, el que llevaba oculto a la luz del día, pero que se le hacía evidente en los sueños, cuando lloraba dormida la ausencia de su amigo con un dolor imposible de explicar. ¿Cuántos días o semanas llevaba así?
Abrió la puerta y él estaba allí. Tan flaco, tan orgulloso de haberla encontrado otra vez, tan feliz a pesar del cansancio y el hambre. Tan orondo y solícito a la vez.
Se abrazaron, se besaron, se pasaron lenguas  y corrieron  lágrimas. No había nadie para decir que no se podía pasar la mano o acariciar. Ni falta que hacía.

Despojo tenía pelo alrededor de sus ojos y en todo su cuerpo. Se había curado completamente.

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