martes, 31 de marzo de 2015

¡RADIO PORTÁTIL!

Algunos privilegiados no tenían que quedarse en casa para escuchar la novela. Tenían radio de pilas y salían a la calle muy orondos con su radio a todo volumen. Sí, porque todos entendían que el afortunado estaba compartiendo su privilegio. Él ponía el volumen tan alto como era posible, muy cerca de su oreja y los agradecidos transeúntes, compañeros de viaje en guagua, o simples compañeros de cola, se le acercaban también tanto como les era posible, y hasta amenizaban aún más la situación con sus comentarios y opiniones.
De la misma manera que era entonces de buena educación, al menos para la mayoría bulliciosa, escuchar el programa favorito tan alto como se pudiera, para llegar a la mayor cantidad posible de personas, y en parte por esa misma causa, era mejor el equipo  cuanto más grande fuera. No era bien visto un radio pequeñito, que apenas ocupara lugar, pesara poco, y se escuchara bajito. No. Era de muy buen ver un aparato grande, cuanto más mejor, llevado cómodamente a todo volumen junto a la oreja, y cargado generalmente por el brazo fuerte y musculoso de un paseante que intentaba aparentar abstracción y descuido.
Algunos equipos además eran, a su vez, grabadores y reproductores, y esto los hacía oscuros objetos de deseo para todo el envidioso escuchante callejero.

No habían llegado las Walkman, era una generación de hombres fuertes y de trabajo, acostumbrados a que ningún placer era gratuito, sino que conllevaba sacrificio. Y sacrificio, sí, pero también orgullo, tanto por el placer de no perder ni un capítulo, ni una grabación favorita, como por esa sensación de goce que se experimenta al hacer un bien al prójimo, sobre todo a un prójimo tan pagado y expresivo en su agradecimiento como el cubano de a pie.


No hay comentarios:

Publicar un comentario