martes, 7 de abril de 2015

BALCONES DE LA HABANA

Cuando los tres hermanos, como un equipo de rescate, lograron salir furtivamente de la casa del viejo Ricardo con el descalabrado perro Despojo malamente cargado a seis manos, no sabían que justo en el instante en que ellos como unos ladrones bajaban la escalera del temido vecino, una pelota de beisbol de las de poly,  es decir, de las más duras,  había entrado por la puerta del balcón, sobrevolado toda la casa, atravesando en línea recta el salón y casi todo el pasillo hasta caer de severo rebote en la mesa de la cocina donde toda la familia escuchaba la novela de Guaytabó. Para mayor precisión, en el momento en que la transmisión cerraba con un exultante momento de tensión. La familia no pudo saber cuál había sido el final del capítulo.
Ricardo, temblando de rabia y frustración  se dirigió al balcón. Los tres hermanos lo sintieron desde la acera y quedaron nuevamente paralizados, sin atreverse a dar el portazo final, por miedo a que el viejo dedujera lo que no había sido capaz de ver en su propia casa y frente a sus ojos. Conocían a Manolito, el niño que ahora estaba en la acera de enfrente mirando suplicante al furioso vecino.
-          Ricardo, perdone, que la pelota se me fue de jonrón. No fue con intención. El jonrón si fue con  intención, pero yo no quería que entrara en su casa. ¿Usted podría devolverme la pelota, por favor?
-          Mira, muchacho, lo único que te voy a decir es que esa pelota tú no la vas a volver a ver más nunca en tu vida. Así es que mueve el culo y lárgate de mi vista, mariconcito de mierda.
-          Usted no me tiene que ofender. – dijo Manolito a punto de llorar – Se lo voy a decir a mi papá…
-          Se lo dices a tu papá, a tu mamá… y al marido de tu papá.
Los niños, vieron cómo Manolito se alejaba presuroso con un puchero entre los labios y se perdía al doblar la esquina. No sabían si Ricardo continuaba en el balcón. Quizás era mejor dejar la puerta abierta, pues en cada caso un portazo en la casa del ogro ya no iba a pasar desapercibido. Pero tenían miedo de moverse. ¿Y si al verlos despertaba el subconsciente dormido del vecino y recordaba de repente lo que no había sido capaz de ver con sus ojos abiertos? El instante en que los tres hermanos le pasaban por delante en la misma cocina de su casa cargando un perro agonizante, mientras él escuchaba la novela.
Piti se esforzaba acariciando al perrito Despojo para que soportara su propia agonía.
Un instante después, apareció de nuevo Manolito en la esquina de la mano de su papá. Parecían un original y una réplica en miniatura. Los dos de brazos fuertes y musculosos, hinchados por debajo de la manga de la camisa, el tórax muy ancho, y el cuello de toro. Algún día Manolito sería tan imponente como su padre.
-          ¡Ricardo!...
Por añadidura el padre tenía una voz de trueno. Por la llamada del padre los niños comprendieron que en ese momento Ricardo no estaba en el balcón y que habían perdido la oportunidad de escapar, pero ya era tarde. Además, aquello se estaba poniendo más interesante que el final del capítulo.
-          ¿Me solicitan?...
La voz de Ricardo sonó frágil, incluso agraciada cinco metros más arriba.
-          ¿Qué fue lo que usted le dijo a mi hijo?...
-          ¿Ah… usted es el padre?... – la voz casi parecía la de una vieja- Pero muchacho…  ¿por qué has traído a tu padre… si yo lo que estaba bromeando contigo?... En  serio, ¿tú creíste que yo me iba a quedar con la pelota?
-          Yo lo que le pregunto es ¿qué fue lo que usted le dijo a mi hijo?
-          Mira la pelota aquí… muchachón – gritó Ricardo al tiempo que se le escapaba un  gallo- cógela… ¡Mira como la cogió en el aire! Tremendo pelotero que es este  muchacho.
-          Manolito… ¿qué fue lo que te dijo este viejo?
-          ¡Que era una broma…! –Gritó Ricardo como un viejo rockero- ¡Lo que le haya dicho era una broma!... Vamos, que son niños, y nosotros somos adultos.
-          Sí, pero yo quiero reírme un rato, - respondió el padre con un vozarrón tenebroso- tíreme la llave, que yo voy a subir un momento a que usted me repita el chiste.
-          No hace falta que te tire la llave, Papá. La puerta de la calle está abierta. Mírala.
Lázara, Perico y Piti echaron a correr con Despojo en brazos. Ya no lograrían de ningún modo pasar desapercibidos.
Por increíble coincidencia tampoco Ricardo fue capaz de reparar en ellos esta vez, ni de asociarlos en ninguna manera con la puerta abierta de su vivienda, concentrado como estaba él mismo en sostenerse sobre sus piernas, sin dejar escapar ningún fluido, a la vista del forzudo que se aprestaba a salvar la altura que los separaba.

Cuando los niños volvieron a mirar atrás ya no vieron ni a Ricardo en el balcón, ni a Manolito y su padre en la acera de enfrente. Nunca supieron cuál había sido el final de ese capítulo.

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