martes, 21 de abril de 2015

LA AVENTURA DEL JUEGO

Todavía no se habían masificado los ordenadores personales, y daba igual, porque siguen sin masificarse en un agujero donde el tiempo se detuvo sin que los seres y los objetos dejaran de envejecer. Los pocos que tenían televisión todavía la miraban en blanco y negro, o la siguen mirando si la conservan, como los refrigeradores, los coches, o las mismas casas. Entonces podían escoger entre dos canales ¿y qué? Lazarita tampoco tenía televisión. Sólo tenían radio ¡oh, la radio!...
Porque además ella no podía jugar a las casitas, ni a las muñecas, ni a las princesas, ni a las maestras, y no es que no pudiera jugar en general, no… Podía jugar muchísimo pero tenía que ser a los detectives, a los ladrones, a los vaqueros, a los samuráis o a los aventureros. Cuando quedaban solos en el apartamento los tres hermanos jugaban también al básquet, al béisbol, al fútbol y al esquí, esto último sólo si había suficiente talco y si las medias no estaban demasiado agujereadas, ya que el juego requería de grandes cantidades de este fino polvo y calcetines lo más sanos posible para conseguir una correcta calidad de deslizamiento.
En los juegos nadie conservaba su nombre y Lazarita se llamaba Howard si era detective, Jack si era un ladrón, Peter, si era un vaquero, o Toschiro, si era un samurái. Howard bebía de vez en cuando pequeñas cantidades de whisky inodoro, incoloro y sin sabor.  Jack solía ser bastante alevoso a la hora de arrebatarle la cartera a James, que no era otro que Perico arrodillado. Peter sabía sonreír de medio lado y luego se quedaba hablando siempre así para lograr la caracterización de cowboy. Toschiro se las veía difícil para vencer a Ichi, otra vez Perico, aunque éste era completamente ciego, lo que se garantizaba con un vendaje concienzudo de los ojos.
 Cuando jugaban a los aventureros ¡qué casualidad que Perico era siempre Guaytabó! Ella tenía que ser el Charro Quiroga, y aunque hubiera preferido el papel de Perico,  lo de llevar pistolas y cartucheras daba mucha cuerda  y se podía estar un buen tiempo en situación con el personaje. Piti debía ser Apolinar Matías. Nadie sabía si el “recio cazador” llevaba bigotes, pero el pequeño demoraba bastante el comienzo del juego en su trabajo de maquillarse un buen mostacho.

Los hermanos crecían sin video juegos, sin televisión, sin chocolate y con una lista interminable de pequeñas y grandes carencias, pero no lo sabían, tampoco se aburrían. Vivían la permanente aventura de la imaginación.

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