Todavía no se habían masificado los ordenadores personales, y daba
igual, porque siguen sin masificarse en un agujero donde el tiempo se detuvo
sin que los seres y los objetos dejaran de envejecer. Los pocos que tenían
televisión todavía la miraban en blanco y negro, o la siguen mirando si la conservan,
como los refrigeradores, los coches, o las mismas casas. Entonces podían
escoger entre dos canales ¿y qué? Lazarita tampoco tenía televisión. Sólo
tenían radio ¡oh, la radio!...
Porque además ella no podía jugar a las casitas, ni a las muñecas, ni a
las princesas, ni a las maestras, y no es que no pudiera jugar en general, no…
Podía jugar muchísimo pero tenía que ser a los detectives, a los ladrones, a
los vaqueros, a los samuráis o a los aventureros. Cuando quedaban solos en el
apartamento los tres hermanos jugaban también al básquet, al béisbol, al fútbol
y al esquí, esto último sólo si había suficiente talco y si las medias no
estaban demasiado agujereadas, ya que el juego requería de grandes cantidades
de este fino polvo y calcetines lo más sanos posible para conseguir una
correcta calidad de deslizamiento.
En los juegos nadie conservaba su nombre y Lazarita se llamaba Howard si
era detective, Jack si era un ladrón, Peter, si era un vaquero, o Toschiro, si
era un samurái. Howard bebía de vez en cuando pequeñas cantidades de whisky
inodoro, incoloro y sin sabor. Jack
solía ser bastante alevoso a la hora de arrebatarle la cartera a James, que no era
otro que Perico arrodillado. Peter sabía sonreír de medio lado y luego se
quedaba hablando siempre así para lograr la caracterización de cowboy. Toschiro
se las veía difícil para vencer a Ichi, otra vez Perico, aunque éste era
completamente ciego, lo que se garantizaba con un vendaje concienzudo de los
ojos.
Cuando jugaban a los aventureros
¡qué casualidad que Perico era siempre Guaytabó! Ella tenía que ser el Charro
Quiroga, y aunque hubiera preferido el papel de Perico, lo de llevar pistolas y cartucheras daba mucha
cuerda y se podía estar un buen tiempo
en situación con el personaje. Piti debía ser Apolinar Matías. Nadie sabía si
el “recio cazador” llevaba bigotes, pero el pequeño demoraba bastante el
comienzo del juego en su trabajo de maquillarse un buen mostacho.
Los hermanos crecían sin video juegos, sin televisión, sin chocolate y
con una lista interminable de pequeñas y grandes carencias, pero no lo sabían,
tampoco se aburrían. Vivían la permanente aventura de la imaginación.
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