Apolinar Matías, que era un dicharachero, tenía sus propios refranes, y
los amigos como Guaytabó y el Charro Quiroga además de conocerlos muy bien,
entendían su significado cabal.
Pero algunos niños, como Lázara, no comprendían esa función metafórica del
refrán y sus sentencias les sonaban fuera de contexto. Sólo después que la
madre le hubo explicado varias veces cómo usar un refrán en el momento apropiado
comenzó a establecer ella misma la relación entre la circunstancia que se
estaba viviendo y aquella frase que comenzaba a hacerse familiar, y que la
sintetizaba.
Entonces, como suele ocurrir, en la necesidad de aprendizaje que tienen
los niños, Lázara observó que ya conocía algunos refranes, sabía cómo y dónde
aplicarlos, pero no estaba segura de entenderlos en sí mismos. ¿Qué quería
decir que “Dios le da barba al que no tiene quijá”? Quizás Dios en su infinita
bondad, le daba barba a un hombre que no tenía quijada, para que disimulara su
defecto, se preguntaba Lázara; pero quizás Dios, para molestar un poco, le daba
barba a alguien, sólo porque sabía que no podría usarla.
Sabía que si alguien se levantaba muy temprano le podía decir “No por
mucho madrugar amanece más temprano”, pero en su fuero interno, comprendía que
la intención de su padre al levantarse antes del amanecer era precisamente la
contraria. Él no quería que el sol saliera antes, más bien intentaba ganarle
horas al día y que cuando por fin llegara el amanecer su trabajo estuviera
encaminado.
Y cuando su madre le decía “Es que me hacen el caso del perro” ya podía
la niña reflexionar durante media hora. Cierto era que su perro Despojo no le
hacía mucho caso a su hermano Piti, ni siquiera a Perico, el mayor; pero se
desvivía en visajes hacia su mamá precisamente, sin que ella tuviera el más
mínimo gesto de comunicación hacia él, hasta que el animal, resignado, se tiraba en el suelo y la miraba sin
parpadear durante horas. ¿Quién no hacía caso a quién?
“Bueno, bueno, bueno, le dijo la mula al freno… y siguió caminando”,
dijo Apolinar Matías detrás de la bocina en ese momento, y por suerte, Lázara
lo comprendió al instante.
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