El peregrinaje de Guaytabó está movido por la
venganza. Un sentimiento tan natural como el amor, y no siempre negativo.
Porque poner la otra mejilla es una acción superior a
la que recurrimos por amor al agresor. Un gesto que muchas veces consigue que éste
disuelva su propia violencia. Ciertamente se necesita amar a los enemigos
para hacer algo así.
Normalmente no amamos a los enemigos, pero cuando
tenemos la posibilidad de responderles en igualdad de condiciones a sus
agresiones, vengarnos en caliente, rápidamente se establece un equilibrio que
tenderá a mantener la paz, aunque ésta sea sin amor. Este es el papel de la
justicia en el sentido social.
Si el daño ha sido infringido sin posibilidad de
respuesta, con la conciencia del poder sobre la víctima germina entonces el resentimiento,
y este sí que puede ser un sentimiento negativo.
De ahí nace el rencor de los pueblos a sus tiranos,
que no por plenamente justificado deja de ser caldo de veneno. Tóxico,
enfermizo y hasta letal, como todos los venenos.
Si bien el odio ha movido tantas montañas como el amor,
no es el cimiento adecuado para fundar, sino que, de tenerla, tiene más bien
una cualidad demoledora.
Muchos héroes han nacido de la necesidad de venganza
colectiva de sus pueblos, y muchas veces también la muerte de esos héroes ha
significado la redención de sus hijos. Hay pocos ejemplos de redentores
sobrevivientes a su causa, pero son realmente hermosos porque conllevan en su
victoria una deuda saldada, una venganza satisfecha, y con toda seguridad
mejillas muy golpeadas, en señal de amor.
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