martes, 13 de enero de 2015

El culto a la sangre

En una época hablaban entre sí amigos de mucha confianza. Se trataba más bien de una fantasía, una elucubración en la que todos estaban de acuerdo en que era relativamente fácil eliminar al Dictador: asesinarlo. El único requisito era que el asesino, renunciara a cualquier esperanza de supervivencia. Tenía que estar dispuesto a morir junto con su víctima… por el bien de todos. Y todos entendían por unanimidad, que la muerte del tirano significaba el bien de todos.

¿Pero quién estaba dispuesto? Quizás si entones hubiera existido Internet, y el Dictador no hubiera negado a su pueblo el uso de aquella mágica herramienta, cosa que en sí misma, ya lo descalificaba como el Gran Dictador, se hubiera podido encontrar un candidato. Quizás una persona enferma, sufriente y a punto de morir, que sin embargo conservara la movilidad suficiente como para llevar a cabo su misión.  Porque el amor a la vida entre los de esa cultura y esa generación era tan fuerte, que ni siquiera les pasaba por la mente cualquier otra posibilidad.

Tal y como cambió el mundo la llegada de internet, cambiaron los signos de los tiempos, y apareció el inconcebible fenómeno de los terroristas suicidas. La mayoría jóvenes, fuertes, entrenados, algunos con educación universitaria y otros menos, con desenvoltura económica. Personas de una cultura, en la que la vida después de la muerte física, es lo más importante mientras se sufre y se alimenta el odio en esta vida. Quizás como hace 500 años lo fue la nuestra, aunque nunca los fenómenos se repitan de la misma manera.

Reconozco con toda sumisión mi alivio porque incluso en nuestros héroes más arriesgados prevaleciera y prevalezca el respeto por la vida, como don supremo.
La muerte es siempre posible, en cualquier paso del camino, luego el riesgo está incluido en todas las acciones de la vida, las más y las menos peligrosas. Pero la vida como ofrenda del odio en sí misma es algo desconcertante, el sinsentido total, el vacío y la locura.

Me alegro por aquellos que a pesar de haber odiado la tiranía con todas las fuerzas de su corazón amaron más la vida, y se sometieron a la espera incierta del momento oportuno, sin dejar de prepararse para él. ¿Quién sabe por qué los hombres y los pueblos tienen que soportar determinados destinos?


Amo a los héroes que aman su vida y  luchan hasta el fin con los recursos de que disponen. Que aceptan la existencia de sus enemigos y comprenden cuánto valor se necesita para la tarea diaria, que no escogen estar fuera de sí, y sobreponiéndose al miedo, entienden la importancia de cualquier trinchera, e intentan defenderla sin enajenación e histerismo, sin perder la cordura. Que humildemente dan a la vida la oportunidad de mostrarles las más contradictorias lecciones.


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