martes, 5 de mayo de 2015

ENEMIGOS SIN ROSTRO

Aunque no se le pueda restar mérito, es viable ser valiente ante un enemigo que enseña su cara. En ese sentido los héroes colectivos como el propio Guaytabó son frecuentes.
¿Pero cómo disponerse a enfrentar a un enemigo que no se sabe quién es? Una epidemia, una catástrofe, una “presencia” o fenómeno paranormal.
Eso sucedió un día en que Perico comenzó a hacer historias de miedo a sabiendas de que no era difícil llevar a sus dos hermanos al  paroxismo del terror.
Hasta que, efectivamente, unos ruidos muy extraños comenzaron en el dormitorio de los padres, que como era habitual a aquella hora de la tarde, se encontraban ausentes.
Se oyó un encontronazo dentro del cuarto. Piti gritó desfigurado por el llanto. Perico saltó como un resorte y Lázara sintió que no podía correr, ni moverse siguiera.
-          ¡Consuelo… abuela!... – Comenzó a gritar a voz en cuello Piti mientras abría la puerta y se encaminaba directamente a la escalera.
 Los gritos de Piti eran tan potentes que resonaban haciendo eco en todo el edificio. Él ya había bajado el piso que los separaba y sonaba con toda su fuerza la aldaba de hierro en la puerta de la octogenaria viuda.
-          ¿Qué le pasa a mi niño? – dijo ella toda consternada y cariñosa, y estrechándolo en un instante contra su gran busto.
-          ¡Hay un fantasma en la casa! - Fue el alarido de Piti.
Consuelo miró a Perico buscando una explicación.
-          Sí, parece que hay alguien en el cuarto de Papá y Mamá –argumentó en tono muy maduro el mayor de los hermanos.
¿Los creía Consuelo? Al menos comprendió que no estaban abusando de Piti, en el sentido de que la actitud de ambos no tenía nada que ver con las bromas.
-          Tenemos que llamar a Encarnación- Fue la salida que encontró la anciana.
Encarnación no llegaba a los 80, pero estaba también rolliza y más compacta. Además no tenía papeles de estar enferma oficial del corazón, como Consuelo, y podría ser de una gran ayuda en aquel peligroso momento. A pesar de todos los celos que sentían los hermanos mayores por la predilección de  Consuelo hacia Piti, la preferían mil veces a Encarnación que era la encarnación de la antipatía.
-          ¿Y por qué no llaman a sus padres?- Fue la primera salida de la odiable vecina.
-          Porque no están. Están en el trabajo.
-          ¿Y qué tengo que hacer yo?
-          Acompáñame, Encarnación, que tú sabes que yo estoy enferma del corazón.
Por los niños Encarnación no habría ido, pero por Consuelo tenía que ir, porque le debía muchos favores.
Las dos viejas tomaron unos pesados palos que había en el patio de Consuelo. Encarnación llevaba los restos de un buen mueble viejo, lleno de clavos y puntillas. Consuelo un bate de béisbol que ella misma le había regalado a Piti.
Subieron las ancianas cautelosamente la escalera, con los dos hermanos detrás, hasta llegar a la puerta abierta del apartamento en cuyo salón, pálida, como un espectro permanecía Lazarita.
-          ¿Dónde está el fantasma?
-          Nosotros sentimos el ruido en el cuarto de Papá y Mamá.
-          ¡Por el poder de Cristo y la fuerza de Saravanda Siete Mundo Vencebatalla! ¡Siá cará, sale de ahí quien quiera que seas!– Dijo Consuelo abalanzándose mientras los niños titubeaban haciendo acopio de valor para seguirla y Encarnación se quedaba en la puerta observando meticulosamente el desorden y suciedad de la sala-comedor.
Se abrió de golpe la puerta del armario como una clara respuesta a la invocación. Los niños gritaron, Encarnación desapareció en el acto como si ella misma fuera el fantasma, Consuelo se llevó la mano al corazón y levantó  su arma tan alto como pudo.
Por debajo de su punto de mira, pues quizás los espíritus incorpóreos tienen la misma estatura que los encarnados, salieron Despojo, el perro,  y Mapiangona, la gata, uno detrás del otro sin siquiera mirar, molestos, como dos amantes sorprendidos en un buen momento.
Los niños miraban a Consuelo como a una verdadera heroína y ella se sentía orgullosa de haber resuelto el misterio en una acción realmente valerosa.
Sin embargo de Encarnación no se supo nada más en muchos días y aún entonces hizo como si aquel incidente no hubiera jamás ocurrido.


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