martes, 26 de mayo de 2015

LA ALEGRÍA DEL SOLAR

¿Por qué existía ese lugar donde se podía estar mejor que en casa?
¿Por qué le gustaba un poco el olor del solar casi pestilente?
¿Por qué allí la gente entraba y salía, pasaba y hablaba a gritos, sin que los padres de su amiga le dieran la menor importancia? Parecían tan despreocupados... Y el padre era de aquellos que retozaba y jugaba como un hermano más de sus hijos.
Lo dejaban todo a medio hacer para ir a escuchar la novela, y a esa hora ninguno gritaba, ni decía una palabra más alta que otra. Y mira que había vecinos.
Podían jugar durante horas sin que nadie pareciera molestarse, y después, sin pedir permiso, irse a ver los pececitos de colores que vendía la vecina de enfrente, los cuales no tenían absolutamente nada que ver con los guajacones que su hermano pescaba en el agua negra del Castillo de la Punta.
Al llegar la tarde tenía que regresar con el juego de monopolio bajo el brazo y no debía faltar ninguna pieza. Sin embargo, el hecho de que su padre le permitiera sacar el juego de casa era una señal de que tampoco era insensible al extraño aroma de felicidad que respiraba la familia de Elisa. ¡Quería mucho a Elisa, Lazarita!
¿Por qué pueden los niños querer así?
¿Por qué se pierde esa manera de querer?
Digan lo que digan los que digan otra cosa, uno sólo dijo la verdad: “Los niños son los que saben querer”.
Un día Elisa no quiso abrir las puertas de su cuarto en el solar. Nunca más las quiso abrir quién sabe si a nadie o si sólo a su amiga Lázara. Quién sabe si eran sólo las puertas de su cuarto o también las de su pequeño y bonito corazón.
Lazarita supo después de ríos de lágrimas que el padre de Elisa, el contento, el despreocupado, el buen tipo, el juguetón, el amado padre, sol de la casa de aquella familia feliz en la que se sentía mejor que en la propia, se había ido en un barco por el Mariel. Se había ido sin decir adiós ni a su bella y alegre mujer, ni a Elisa, ni a sus otros dos simpáticos hermanos. Lo confirmaron meses después de que la sospecha comenzara a aflorar.

Años después Lazarita escuchó decir a alguien con gran admiración que el galante señor se había casado con una americana rica en la Yuma y que le iba muy bien. Supo también, porque lo vio con sus ojos, que el solar de Elisa se había derrumbado de repente una noche en que la mayoría de los vecinos dormían allí.

martes, 19 de mayo de 2015

EL DÍA DEL ESPECTADOR AUSENTE

La lectura, el teatro, la radio dramatizada, el cine, la televisión o los mini videos de internet, son opciones que viven del hábito de la gente, el que hay que cultivar y promover, en vez de explotar con avaricia y falta de perspectiva, o prohibir por miedo a la libertad.
Una vez que se pierde un hábito popular, puede llegar a ser imposible de recuperar pues le faltará el acicate del momento oportuno que les dio vida y nacimiento espontáneo. Eso está pasando con el cine, como también pasó en su momento con la radio dramatizada por falta de perspectiva.
Aquellos que todavía conservan el reflejo del disfrute de acudir semanalmente a una sala de cine se están haciendo viejos sin que puedan reasumir los gastos que este gustazo les representa, sobre todo, si no quieren ir solos.
¿Pueden los novios todavía verse en el cine? Podría tomarse entonces por una señal de que se está ligando un buen partido, especialmente, si la invitación se repite.
Y el hecho de que en el día del espectador las salas oscuras echen a andar su maquinaria sólo para algunos sospechosos adictos parece que viene a confirmar a las distribuidoras que no es cuestión de precios, como le sucede al  médico obstinado que sigue dando más de lo mismo al enfermo agonizante, en vez de sopesar que lo doloroso es precisamente la pérdida de la vitalidad de un hábito.
Es una pena que algunos engranajes sean tan difíciles de adaptar a los cambios de los tiempos, y que lejos de tener la flexibilidad espontánea del mercado conserven la rigidez inamovible de los viejos mecanismos.
La esperanza viene de que a veces hay aspectos no contemplados en los componentes de un monopolio que se revelan como por milagro a las mentes constructivas e idealistas.

¡Sería tan hermoso que las masas regresaran al cine y éste a las masas!
¿Es este deseo una señal nostálgica de vejez?

Confío en que más bien sea el reclamo de una vida que aún se debate por recuperar su salud plena.


 

martes, 12 de mayo de 2015

EL HÁBITO DE LEER. DE LO EXTENSO A LO ÁGIL

Es cierto que la lectura se ha vuelto algo efímero y casi esporádico en estos tiempos debido a la llegada de lo digital al mundo de los libros. Antes se leían sin mucho problema enormes volúmenes con rocambolescas descripciones. Y no sólo eso, sino que además era una lectura que se comprendía.

Con la llegada de las redes sociales, los diarios online, los blogs y demás plataformas de lectura digitales, los hábitos de lectura se han visto modificados, sobretodo entre los más jóvenes. Los estudios determinan que existe un "traspaso de géneros literarios en los gustos de los usuarios", es decir, que se abren nuevas tendencias de lectura, como los blogs o los microrrelatos. De este modo, nos abrimos a un mundo de lecturas rápidas y ágiles, asequibles para leer en un trayecto de tren o la espera en la consulta del médico.

Esto no tiene por qué se precisamente malo: la lectura es un hábito humano, y como humanos hemos evolucionado: el estilo de vida moderno se caracteriza por la rapidez y el estrés, luego es normal que el hábito de la lectura se haya agilizado también.

No hay, pues, que entender la revolución tecnológica en los libros como algo malo, más bien supone un nuevo reto para los escritores ya asentados en la actividad literaria, y también a los nuevos escritores que se desarrollan sobre estas plataformas.

Desde aquí animo a todos los blogueros y a todos aquellos escritores de relatos que están luchando por darse a conocer en plataformas como BloggerWordpress o Wattpad. Aprovechad todo lo que la era digital puede aportar en vuestras carreras literarias.

martes, 5 de mayo de 2015

ENEMIGOS SIN ROSTRO

Aunque no se le pueda restar mérito, es viable ser valiente ante un enemigo que enseña su cara. En ese sentido los héroes colectivos como el propio Guaytabó son frecuentes.
¿Pero cómo disponerse a enfrentar a un enemigo que no se sabe quién es? Una epidemia, una catástrofe, una “presencia” o fenómeno paranormal.
Eso sucedió un día en que Perico comenzó a hacer historias de miedo a sabiendas de que no era difícil llevar a sus dos hermanos al  paroxismo del terror.
Hasta que, efectivamente, unos ruidos muy extraños comenzaron en el dormitorio de los padres, que como era habitual a aquella hora de la tarde, se encontraban ausentes.
Se oyó un encontronazo dentro del cuarto. Piti gritó desfigurado por el llanto. Perico saltó como un resorte y Lázara sintió que no podía correr, ni moverse siguiera.
-          ¡Consuelo… abuela!... – Comenzó a gritar a voz en cuello Piti mientras abría la puerta y se encaminaba directamente a la escalera.
 Los gritos de Piti eran tan potentes que resonaban haciendo eco en todo el edificio. Él ya había bajado el piso que los separaba y sonaba con toda su fuerza la aldaba de hierro en la puerta de la octogenaria viuda.
-          ¿Qué le pasa a mi niño? – dijo ella toda consternada y cariñosa, y estrechándolo en un instante contra su gran busto.
-          ¡Hay un fantasma en la casa! - Fue el alarido de Piti.
Consuelo miró a Perico buscando una explicación.
-          Sí, parece que hay alguien en el cuarto de Papá y Mamá –argumentó en tono muy maduro el mayor de los hermanos.
¿Los creía Consuelo? Al menos comprendió que no estaban abusando de Piti, en el sentido de que la actitud de ambos no tenía nada que ver con las bromas.
-          Tenemos que llamar a Encarnación- Fue la salida que encontró la anciana.
Encarnación no llegaba a los 80, pero estaba también rolliza y más compacta. Además no tenía papeles de estar enferma oficial del corazón, como Consuelo, y podría ser de una gran ayuda en aquel peligroso momento. A pesar de todos los celos que sentían los hermanos mayores por la predilección de  Consuelo hacia Piti, la preferían mil veces a Encarnación que era la encarnación de la antipatía.
-          ¿Y por qué no llaman a sus padres?- Fue la primera salida de la odiable vecina.
-          Porque no están. Están en el trabajo.
-          ¿Y qué tengo que hacer yo?
-          Acompáñame, Encarnación, que tú sabes que yo estoy enferma del corazón.
Por los niños Encarnación no habría ido, pero por Consuelo tenía que ir, porque le debía muchos favores.
Las dos viejas tomaron unos pesados palos que había en el patio de Consuelo. Encarnación llevaba los restos de un buen mueble viejo, lleno de clavos y puntillas. Consuelo un bate de béisbol que ella misma le había regalado a Piti.
Subieron las ancianas cautelosamente la escalera, con los dos hermanos detrás, hasta llegar a la puerta abierta del apartamento en cuyo salón, pálida, como un espectro permanecía Lazarita.
-          ¿Dónde está el fantasma?
-          Nosotros sentimos el ruido en el cuarto de Papá y Mamá.
-          ¡Por el poder de Cristo y la fuerza de Saravanda Siete Mundo Vencebatalla! ¡Siá cará, sale de ahí quien quiera que seas!– Dijo Consuelo abalanzándose mientras los niños titubeaban haciendo acopio de valor para seguirla y Encarnación se quedaba en la puerta observando meticulosamente el desorden y suciedad de la sala-comedor.
Se abrió de golpe la puerta del armario como una clara respuesta a la invocación. Los niños gritaron, Encarnación desapareció en el acto como si ella misma fuera el fantasma, Consuelo se llevó la mano al corazón y levantó  su arma tan alto como pudo.
Por debajo de su punto de mira, pues quizás los espíritus incorpóreos tienen la misma estatura que los encarnados, salieron Despojo, el perro,  y Mapiangona, la gata, uno detrás del otro sin siquiera mirar, molestos, como dos amantes sorprendidos en un buen momento.
Los niños miraban a Consuelo como a una verdadera heroína y ella se sentía orgullosa de haber resuelto el misterio en una acción realmente valerosa.
Sin embargo de Encarnación no se supo nada más en muchos días y aún entonces hizo como si aquel incidente no hubiera jamás ocurrido.