La mejor amiga de Lázara optó por ir a escuchar los episodios de
Guaytabó a su casa, en vez de esperarla en el pasillo. Fue ella, Guadalupe, la
que enseñó a Lázara trucos para
defenderse en la escuela. El colegio parecía a veces una jungla de
supervivencia, llena de animales peligrosos, y los niños tenían que adaptarse
rápido o pasarlo mal.
Lázara no sabía que Guadalupe era negra, ni que era cabezadepuntilla, ni
que era algo que más tarde los adultos le definieron como chusma. Sólo veía que
ella le entendía perfectamente y que era muy atractiva. Que al hablar movía su
boca con mucha flexibilidad haciendo todo tipo de gestos con su cuerpo, y que
tenía frases súper efectivas para neutralizar los ataques de los otros. Era una
heroína. Y fue ella la que entrenó a Lázara, con sucesivas prácticas y ensayos
para responderle a Pesteamierda el villano.
Era necesario mover las manos casi como una bailarina gitana, y aprender
a revirar los ojos con profundo desprecio, escoger una buena frase en un tono
de voz adecuado y en un momento favorecedor:
-
Oye, Pesteamierda, evapórate, condénsate, pero no te
precipites – el muchacho miró a Lázara como si no la conociera – Ya me enteré
que fue tu madre la que te botó a Despojo. Así que no me vengas con que es tuyo.
Ahora es mío y, por cierto, huele mejor que tú. ¡Conmigo sí que no!
De alguna manera aquello resultó tan efectivo que por algún motivo fue
Guadalupe la que terminó sentándose al lado de Lázara, desterrando para siempre
a Pesteamierda. Ella era delgadita como un alambre y el pupitre pasó de ser una
caja de apretados cuerpos malolientes y sudorosos, a ser un holgado espacio
donde traficar con dibujos y mensajes clandestinos. Comenzaba la formación de
un equipo heroico.