martes, 18 de noviembre de 2014

¿Y quién duda de que en la América latina más genuina, popular y hasta tradicional hay, cómo no, españoles, norteamericanos, chinos, italianos y polacos?
Allí, en las poblaciones más recónditas y olvidadas se podía encontrar incluso a principios del siglo XX que vivía un ruso, que parecía formar parte del paisaje, como hijo incuestionable y legítimo de la vida cotidiana de todos los vecinos.
No sólo hay turcos en Alemania, desde la década del 60. Mucho antes, se sabía en muchos pueblos de provincias olvidadas de toda América que los turcos, con sus habilidades mercantiles pululaban de casa en casa. Uno de ellos fue el turco Anatolio, que llegó acompañado de su sobreprotectora madre Zoraida Almófar.
Pues hubo persas también, como el pequeño Mustafá Kadir con su enorme complejo de grandeza y su gran criado psicópata de nacionalidad desconocida, el Perro Correa.
Entonces, ¿qué tiene de particular un charro mejicano en el sur del continente americano? Es mucho más cercano. Es sólo un personaje más, tan real como los autóctonos y tan integrado en las costumbres como el pan de cada día. Eso, por no hablar del chino Ramón, porque se sabe que los chinos son como de la familia en todas partes del mundo.

Todo esto se veía confirmado en Cuba, donde una de las amigas del alma de nuestra familia era libanesa. Sus padres habían llegado muchísimos años antes a Quivicán, en las afueras de La Habana aunque a mí, como niña, esto me parecía tan natural como llamarse Pedro o Josefa.

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