lunes, 24 de noviembre de 2014

Las mezclas de adelantos técnicos y pobreza, así como las de cultura y desinformación, producen en América tipos raros que aquí no se llaman surrealistas, sino de otras maneras mágicas o maravillosas. Estos especímenes son, sin embargo, tan reales como las plantas y sus frutos.

El parecido entre Luciana Almanzo y doña Bárbara no es buscado, sino espontáneo. En este caso hay además una mezcla entre machismo y matriarcalismo, porque cuando el machismo pierde su cometido de responsabilidad familiar, queda tan desprovisto como un niño sin madre. Y en nuestro continente esto llega a suceder con demasiada frecuencia, de manera que de esta carencia latente, a la aparición de un fenómeno como el de la mujer cacique, no haya más que una serie de ruedas de probabilidad hasta que sucede. El dominio de esta mujer ha de ser muy básico o instintivo, tanto como lo sea el instinto sexual o maternal, de ahí que no sea casualidad tampoco que muchas veces, aunque no de manera imprescindible, esta mujer sea particularmente apelativa a la atracción sexual.

Cuanto el vacío se produce porque alguna persona ha tenido acceso parcial a la cultura, pero no tiene posibilidad de intercambio social en este sentido, se dan tipos como Florencio Alayón o el propio Mustafá Kadir, porque la mayoría de la gente humilde está presta a reconocerles una autoridad basada en el complejo que se siente al tener conciencia de la propia ignorancia y en la supuesta superioridad intelectual del tuerto en el país de los ciegos. Pero la falta de perspectiva de este tuerto hace muchas veces de su interpretación de la realidad una ridícula caricatura.

Todo esto son resultados naturales de las mezclas. En las comunidades que viven inmersas en sus propios valores naturales estas carencias o complejos no existen como fenómeno grupal, y sus individuos tienden a dar mayor importancia a lo que puede llamarse voz interior o instinto. Se admiran los sujetos con capacidades especiales o notables, pero esto no los convierte en otra cosa.

El llamado “progreso” y la miseria es la peor de las mezclas. Quizás por eso muchos indios americanos lo han rehuido sistemáticamente. La transición entre la vida natural y ese progreso suele ser demasiado larga e incierta. Tan larga, que se llega a olvidar el reconocimiento de la voz interior.

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