martes, 18 de agosto de 2015

PUEBLO NÓMADA

Hubo una vez, un reino muy lejano, en que por decreto monárquico a veces, y otras por libre elección, las personas se transformaban en gusanos. Cientos de miles de personas se transfiguraban durante la noche en gusanos. Esto era una situación muy incómoda para los propios gusanos, y también para los que convivían con ellos o eran simplemente sus amigos, ya que es muy fácil pisar a un gusano, aplastarlo. De manera que el gusano hacía todo lo posible por ayudar a su familia y a sus amigos largándose de la casa, del barrio, de su país, yéndose para otra nación donde afortunadamente casi siempre recuperaba su forma humana, si bien se sentía como un nómada, y se llevaba al partir una parte del cielo de su propio terruño.
Este fenómeno tan extraño se mantuvo hasta que locos de añoranza, y aprovechando circunstancias propicias, los antiguos gusanos regresaban a visitar a sus familias y a sus amigos. Era interesante que estos ya no los veían más como gusanos, sino como hermosas mariposas multicolores cuya fragilidad obligaba a agasajos muy cortos, so pena de morir antes de regresar a sus eventuales refugios.
Pero la nostalgia es un dolor extraño que crea lazos invisibles entre los implicados, de manera que si la única forma de mitigarla  era vivir juntos y en forma humana, no importaba la condición de forastero, no importaba convertirse en gusano y largarse del reino a rastras o a como diera lugar ya que, es sabido, los gusanos no tienen alas.
Y fue nuevamente por decreto real que los nuevos gusanos se llamasen escoria y que fueran en consecuencia más despreciables todavía, pues debían demostrar su humillación en público, dejarse pisar, golpear o incluso aplastar.
Esto volvió a ser una situación muy incómoda para los que convivían con ellos o eran simplemente sus amigos y no querían maltratar o pisotear lo que tan bajo y tan sucio estaba. Así es que la escoria hizo todo lo posible por largarse como lo habían hecho los antiguos gusanos y recuperar así la humanidad.
Pero la degradación provoca un sufrimiento punzante que dibuja tramas impalpables entre los afectados, y se creó una corriente llena de seres considerados infames, completamente despreciables, que para recuperar su forma humana emigraban a cualquier país con tal de recobrar un perfil que los hiciera reconocibles ante sí mismos y ante sus familias.
De esta manera se creó un puente físico de seres humanos que escapaban continuamente del reino y en proporción creciente hacia cualquier lugar. Se llamó la diáspora de los apátridas o nómadas.  Era tan fuerte, que la propia familia real de ninguna manera fue inmune a lo que parecía una fuerza succionadora de sus súbditos.
Habían pasado muchos años desde los primeros gusanos y el rey, que se sentía viejo y enfermo no sabía cómo detener el abandono de sus feudos. Probaba suertes tratando de que el país no se consumiera antes que su propia vida y renegaba senilmente algunas veces y de manera errática otras de sus antiguos decretos.

Afortunadamente, la muerte lo sorprendió antes de que la nada ocupara el lugar de lo que fuera el país de los apátridas y como un sortilegio que se deshace tan pronto como dejó de brillar el último destello de luz que absorbía su maléfica pupila, los hombres y mujeres dentro o fuera del pueblo recuperaron su condición de humanos y sintieron levantar de sus hombros el peso que los obligaba a andar como criaturas indignas. La luz regresó como cuando se disipan los últimos vestigios de una larga noche y regresaron también muchos de los desterrados y nómadas dispersos por el mundo.

martes, 4 de agosto de 2015

PAREJAS DE HECHO

Sabemos que algunas palabras existen para la definición de un solo hecho concreto, porque aunque un burro no hable, ni gima, ni grite, tampoco ladra, sólo rebuzna. Así es que no necesitamos preguntar qué animal mugió o maulló, relinchó, o tuvo a bien hablar en su idioma materno, si este se encuentra reconocido internacionalmente.
Hasta ahí se acepta el capricho del lenguaje, del mismo modo que se acepta la existencia de sobrenombres no propios nacidos para dejar de nombrar a algunos nombres propios, como cuando se dice “La meca del cine” para no decir Hollywood, o el recio cazador para no decir Apolinar Matías, o el astuto mejicano para no nombrar al  Charro Quiroga.
Pero ha llegado el momento de hacer notar el parasitismo e hipocresía de algunas palabras que presumiendo de tener un significado propio, jamás se presentan en público sino van acompañadas de aquellas a las que le chupan todo su significado. Ha llegado el momento también de desenmascarar la presunta individualidad que representan y condenarlas a que al menos, legalicen su situación como vocablos parejas de hecho, y se inscriban todas en un registro destinado a tenerlas en una situación legal adecuada.
Sí, porque todos tenemos un ceño; pero nunca hablamos del él, si no es para decir que está fruncido. Entonces en ese registro se escribiría ceño fruncido como pareja de hecho, haciendo hincapié en que ceño es la palabra parásita, de esta manera nadie podría llamarse a engaño cuando se la encontrara fuera de contexto.
Denunciemos también a mesar, que no tiene nada que ver con mesera, ni con medir. Esa palabra sólo se presenta acompañada de cabellos, porque nadie se mesa otra cosa que los cabellos. Antiguamente se podían mesar también las barbas, pero al dejarse de usar en los países de habla hispana ha quedado relegada a una sola compañía, es decir, cabellos. Alguien hará notar inmediatamente de que hay un solo país de habla hispana donde uno solo de sus habitantes tenía la costumbre de mesarse la barba, pero aparte de que las excepciones son las que confirman las reglas, se le puede objetar que  incluso ese habitante  ha perdido la costumbre de mesarse la barba al haber ido perdiendo pelo con los años.
¿Hay alguna otra comisura que no sea la de los labios? Supongo que sí, pero ante la falta de evidencias debería ser denunciada igualmente esa palabra. Registremos comisura de los labios como pareja de hecho, denunciando como palabra parásita a comisura.
Bien, en el caso de soslayar, debería hacerse un estudio, porque aunque algunas veces se siente libre, jamás se le ha visto tan a gusto como al lado de mirada, cuando alguien nos ha mirado de soslayo, por lo que tal vez se debería conminar a esta palabra a que se defina.
De la misma manera habrá algunas pocas cosas pertinaces, pero ninguna como la lluvia o la llovizna que están unidas en matrimonio desde que diluvió la primera vez.
Emplacemos a las cejas, más bien a una de ellas, para que denuncie de una vez y por todas la apropiación que de su personalidad hace la palabra enarcar, porque ¿se puede hacer algo mejor con una ceja que enarcarla? O peor ¿Se puede enarcar alguna otra cosa que no sea una ceja?

Estos son sólo algunos ejemplos. Los otros, y nos consta que hay muchos, deberían someterse a exámenes sobre su condición de  palabras parejas de hecho.