martes, 28 de julio de 2015

¡Adiós radionovela! ¡Adiós telenovela!

¡Adiós radionovela!... Si era de día.
Lázara Pacheco no conocía a nadie a quien le gustaran las reuniones. Bueno, es que reunión en esos tiempos no significaba reunirse con los amigos o con cualquier tipo de gente interesante. Significaba que mucha gente del centro de estudios o de trabajo se reunía con el carácter más bien de una asamblea a debatir algún tema que a nadie le interesaba. Y mientras menos interesante era el tema, más largas se hacían las reuniones. Sería por el aquello de que si todo lo que te gusta es malo y debe consumirse en pequeñas dosis, todo lo que no te gusta es bueno y debes consumirlo en grandes cantidades.
Cuando tocaba la reunión de “Méritos y Deméritos” cada estudiante tenía que ser analizado individualmente, y todos los demás compañeros hablar sobre las cosas buenas y malas de su colega, lo que estaba también en armonía con la ley anterior. Así es que si un compañero era divertido, tenía facilidad para adaptar el uniforme a su personalidad y sabía mucho de música en inglés, había que criticarlo duramente. Si además alguien sabía que alguna vez se le había ocurrido  escribir carteles contra el gobierno en el último azulejo inferior del baño, que no se podía leer de pie, sino acostado en el húmedo suelo… pues ni siquiera se había especificado qué castigo tan terrible le tocaría, porque por suerte no se estaba al corriente de quién había escrito el dichoso cartelito.
Por otra parte, si el colega era más aburrido que una ostra, no se movía de su asiento ni para hacer pipí y no soltaba prenda en los exámenes había que elogiarlo. Si además resultaba que el chico era sencillamente un chivatón, había que hablar de él con lágrimas de agradecimiento en los ojos.
Después de cinco horas y media de arduo debate, donde se había llegado a la conclusión de que el Cosmonauta,  era un gran compañero, a pesar de que las proporciones de su cabeza le daban a su presencia el aspecto de traje espacial, no era Lázara la única desesperada por irse a casa, de manera que lo más práctico era votar por unanimidad que Barry Manilow, llamado así por el largo exagerado de sus extremidades en crecimiento, era un ser deleznable que usaba su parecido físico con ciertas figuras de clara tendencia imperialista para ejercitar el diversionismo ideológico entre sus más pequeños (en estatura) compañeros de clase.
Y a Lázara Pacheco por primera vez en su vida se le planteó un conflicto de conciencia. Había aprobado inglés gracias a la desinteresada y arriesgada información de Barry Manilow durante el transcurso de último examen. ¿Cómo le iba a echar tierra ahora? Por muy bajito que levantara la mano a favor de que lo expulsaran de la lista de alumnos aptos para cursar estudios superiores, él, que era tan alto, la podría mirar. ¿Cómo vivir después con esa mirada, que ni siquiera sería dura, pues él era la personalización del símbolo de la paz?
Lázara no levantó la mano, ni siquiera el dedo, con la esperanza de pasar desapercibida, pero el Cosmonauta no se había convertido en Vanguardia por gusto, e inmediatamente hizo notar a la presidencia de la reunión la cobarde abstención.
No, no había sido un descuido, tampoco era una abstención. Lázara levantó su tembloroso y delgado brazo para votar en contra de la expulsión de Barry Manilow de la lista de alumnos aptos para cursar estudios superiores.
La bola picó y se extendió…

¡Adiós telenovela!... Si era de noche

martes, 7 de julio de 2015

LOS ILEGALES

Algunos nacen fuera de la ley. Otros, como es el caso de Guaytabó,  se ven obligados a vivir sin estar contemplados en el orden establecido. Y los hay que escogen existir fuera del orden social. Esta también debió ser la opción de “El Hijo del Cóndor”.

El respeto a la ley es una de las mayores garantías de justicia social, a pesar de que comprendamos que muchas leyes se tornan injustas a la hora de aplicarse a un caso concreto. No obstante las sociedades progresistas evolucionan en el lento proceso de adaptación de las leyes a las más disímiles realidades. Pero es tarea indelegable de la autoridad o el gobierno la aplicación de las leyes existentes, las que haya, como único recurso, aunque falible, de equidad e imparcialidad general.

Eso es la tarea de quien tutela el bien común.

Sin embargo, es la conciencia de los individuos la que les dicta el deber o no de respetar la ley, el esfuerzo por cumplirla en bien de todos, la comodidad y cobardía de aceptarla en detrimento de la justicia para algunos, o la obligación moral de no acatarla en determinados casos, justificados precisamente en nombre del civismo, la rectitud, o una situación específica y particular.

El que viola la ley por egoísmo, bajas pasiones, avaricia, falta de disciplina, o abuso de poder es un delincuente.

El que viola la ley como un acto de consciencia es un redentor. No pretende demoler un sistema, por el contrario, asume las imperfecciones de un régimen y carga sobre sus espaldas el enorme peso de ayudar en su transformación humanística. Sabe que puede fracasar, y que el mayor fracaso, no es siquiera quedar atrapado en las injusticias legales, sino que su inmolación social sea en vano.

Conozco personas que cumplen con la manutención de sus propios hijos sólo porque la ley los obliga, para ellas está especificada esta obligación. Otros, en cambio, se han visto obligados a cruzar ilegalmente una frontera para reunirse con ellos, o los han transportado en una maleta para garantizar que la eternización de los procedimientos judiciales impida que finalmente crezcan junto a sus padres. 

Desde luego la justicia, entendida como régimen general es preciosa, pero no más que la vida  y la trayectoria de un solo ser humano.